sábado, 31 de enero de 2009

Ateología II

Sé, con Spinoza, que nada puede la idea adecuada frente a la inadecuada en lo que esta última tiene de verdadera, es decir, en lo que tiene de existente, en su indiscutible materialidad. La idea de dios acompañada de la idea de su existencia, no por inadecuada es menos real. La idea está ahí, funcionando. Y la idea adecuada, es decir, la idea de dios acompañada de la idea de su no existencia, poco puede hacer contra ello. No se trata de oponer lo real a lo imaginario, sino de oponer la idea adecuada a la inadecuada. Se trata de oponer la realidad de lo racional a la realidad de lo imaginario. El pensamiento imaginario es tanto más fuerte y despótico cuanto más reducido es el conocimiento racional. Así, como apuntara el ateo de Ámsterdam en su Tractatus de intellectus emendatione, 29, se "pueden fingir muchas cosas, por ejemplo, que los árboles hablen, que los hombres se conviertan instantáneamente en piedras, en fuentes, que en los espejos aparezcan espectros, que la nada se vuelva algo, también que los dioses se conviertan en bestias y en hombres y otra infinidad de absurdos de este género".

Sin duda, la imaginación es potente. Pero, desde el momento en que se conciben ideas adecuadas, esta se debilita, haciendo con ello al hombre más libre y ofreciéndole más oportunidades para el disfrute. De ahí que convenga recordar el escolio a la proposición XLIX del segundo libro de la Ética spinoziana, en el cual se expone la problemática en torno a la imagen del "caballo alado", imagen que se habrá de considerar verdadera sólo mientras la mente no llegue a limitarla a través de otra imagen: "Puesto que, si la mente, además del caballo alado, no percibiese nada más, lo consideraría como presente para sí y no habría ningún motivo para dudar de su existencia y ninguna facultad de disentir, a menos que la imagen del caballo no esté unida con una idea que excluya la existencia del mismo caballo, o a menos que la mente no perciba que la idea que tiene del caballo es inadecuada, y entonces o negará necesariamente la existencia del caballo, o dudará necesariamente".

De este modo, el niño, concibe como existente todo aquello que su mente imagina. Fantasmas, vampiros, amigos invisibles o reyes magos, serán inteligidos como existentes mientras a tales ficciones no las acompañe la idea de su inexistencia. Sólo la presencia de una idea adecuada que excluya la existencia de tales figuraciones permite a la mente liberarse y conducirse conforme a la razón. Y nada diferente acontece en la cabeza del creyente, católico o de cualquier otro cuño, quien sólo esforzándose en concebir de manera adecuada puede disminuir su dependencia respecto de los elementos imaginarios que le constituyen. Sólo enfrentando una idea adecuada a otra idea inadecuada puede el sujeto ascender a un más alto grado de racionalidad y conocimiento. Mientras tanto, permanecerá sujeto a esas pasiones inciertas que son la esperanza y el miedo, cumpliendo con una ley moral instituida de modo heterónomo con el objetivo de asegurar una gratificación que siempre se encuentra más allá, en otra parte; cumpliendo con una ley que, dadas sus delirantes exigencias, no es sino fuente de frustración y de culpa; viviendo, al fin, según el deseo del otro, en el bamboleo que una y otra vez conduce del goce de la trasgresión a la emergencia de la angustia.

Parece necesario escapar al despotismo de un imaginario tal que el religioso, asentado en los estratos inconscientes de nuestra cultura, romper con las ideas que nos conforman como sujetos sometidos a un otro, para poder afirmar en toda su plenitud la alegría de existir, el disfrute de la vida. Parece inevitable reincidir en el esfuerzo que lleva a más afortunadas formas de conocimiento para experimentar la grata sorpresa ante la exuberante inmanencia en que se despliegan los cuerpos y las palabras, ante el fulgor de lo contingente, frente a la belleza de un hay que es donación de sí gratuita, efectuación del albur, verdad sin fundamento. El ateísmo, la afirmación de la idea de la inexistencia de dios, resulta condición necesaria para semejante afirmación del ser, para la intensificación de la propia potencia, en definitiva, para la atenuación de la erosión que pudieran producir sobre nosotros ciertas causas externas. Se trata de un combate idea contra idea. Cuerpo contra cuerpo.

Y, en este cuerpo a cuerpo, el Papa se merece que le partan la boca. No sólo por rehabilitar a un declarado negacionista del exterminio nazi y participar, así, en la tergiversación del que es el acontecimiento fundamental que define el horror de nuestra época. No sólo por apoyar otras tantas atrocidades, entre las cuales, la que más me horroriza es la de la promoción de la muerte a través de la negativa a impulsar políticas efectivas que impidan el contagio del virus del VIH. El papa se merece que le partan la boca por el simple hecho de ser papa, por situarse a la cabeza de una institución que no ha hecho sino producir sufrimiento y mentiras, impotencia y desdicha. Como Voltaire, no creo que, frente a esas organizaciones que juegan a extender la irracionalidad y la muerte, nos podamos permitir ninguna forma de tolerancia. Es, hoy, aún, vital, necesario, aplastar a la Infame, acabar con toda forma de religiosidad, con esas estructuraciones imaginarias que no son sino modalidades especialmente sanguinarias y especialmente dogmáticas de ignorancia. Sigue hoy siendo ineludible para la afirmación de la existencia insistir en ese grito de guerra que Kant consignase en la sentencia latina Sapere aude!. Nosotros, tenemos la obligación ética, que no moral, de esforzarnos por superar el estado de minoría de edad, por dejar de ser como esos niños que creen que sus fantasías infantiles poseen más realidad que un ensueño, por comenzar a hacer un uso autónomo de la razón, por empezar ya, de una maldita vez, a pensar solos, a vivir con el coraje que exige, siempre, la verdad.

viernes, 30 de enero de 2009

Maquinaciones perversas



La guillotina, grado cero del suplicio, madre de la modernidad, no es simple producción en serie de cadáveres. Es, antes que nada, máquina imaginaria, mecanismo a través del cual se diese forma al terror. No se dirige específicamente al condenado, sino a la población que expectante trata infructuosamente de constatar la caída instantánea y, por ello mismo, invisible, de la cuchilla. Entendida como aparato quirúrgico, su corte busca eliminar los elementos gangrenados de la nación, y, en ello, curar las enfermedades que le afectan, alcanzar la salud. Ahora bien, no sólo secciona los cuerpos y destruye las vidas. Antes bien, su función consiste más esencialmente en generar todo un complejo ficcional a través del cual moldear las almas de los que habrán de permanecer. La guillotina, el imaginario que instituye, establece un reparto de la masa humana a través de su distribución en base a individualidades intercambiables, idénticas en tanto que igualmente enfrentadas a la posibilidad de su decapitación. En ese sentido, la máquina, no sólo aniquila, también inviste la carne, la rodea y le da forma para mejor gestionarla. Es, principalmente, procedimiento de sujeción, tecnología política mediante la que construir estructuras reguladas de subjetividad, existencias sumisas, almas dóciles. No sólo destruye. También produce y administra. La guillotina genera norma. Normaliza según un programa de desubjetivación y recomposición. Instaura, de una vez por todas, de la burguesía, la dominación.

jueves, 29 de enero de 2009

Fascinación y verdad

Acaso otros me hayan fascinado. Los epicúreos, con su producción de comunidad, con aquellos jardines en que soñara la placidez de una vida por entero dedicada a la supresión del irracional miedo, al estudio de la realidad, a la intensidad de placeres naturales, también de los goces contingentes capaces de estremecer una existencia forjada exclusivamente de fragmentos mínimos de corporalidad. Me han sorprendido los cínicos, esos héroes luminosos que a través de los siglos y los territorios desplegaran su ejemplaridad, el escándalo y la desvergüenza como atajo hacia la virtud, el ejercicio ascético como prueba constante mediante la que dar testimonio de la verdad. La narración de Dión del encuentro entre Diógenes y Alejandro me produce un estupor que me es imposible describir. Sin duda me han fascinado otros. El manto púrpura de Aristipo, su saber que también el sabio puede ser infeliz. Sócrates ironizando frente al tribunal que, incapaz de razón, le da muerte. Aristóteles y su teoría del alma, forma del cuerpo, Aristóteles, su percepción del ser y su peculiar exaltación de una política fundada en la amistad. Protágoras el agnóstico. Gorgias. E incluso el antidogmático Platón que fundara la Academia y conviviera con Eudoxo y Espeusipo, y abocara a la escuela al escepticismo más acerado, a la quiebra irreparable que impone Arcesilao. Muchos me han fascinado. Hasta las sectas gnósticas y los grupúsculos herméticos, hasta los monofisitas ya herejes, y los nestorianos, encargados de preservar el saber antiguo en el espacio liso del desierto oriental. Acaso haya sido excesiva la admiración que sobre mi ejercieran semejantes estilos de vida y pensar. Sin embargo, ahora, tras la ilusión acongojada de ser de otro modo que de las lecturas emergiera, tal vez hubiera llegado el momento de detenerse a constatar la filosofía vivida, la mía, la nuestra, aquella que con altas dosis de inconsciencia y un ejercicio continuado no hemos dejado de practicar. El pirronismo, esa opción radical por la apariencia de ser como todo el mundo, ese saber que no hay sino lo indecidible, ni virtud ni maldad, que sólo resta reconocer nuestra ignorancia y que el saberlo nada cambia, mucho menos la vida. El saber que el filósofo, finalmente, no es diferente de los demás que persisten gozosos en su estulticia, en sus vanas ficciones. Que sólo resta insistir en el fingimiento de no saber que se sabe que nada se sabe. Abandonarse a la vida vulgar. Elegir un trabajo, un alquiler, la monótona cotidianidad. Si la filosofía es elección originaria, estilo de vida, al fin, acaso sea ya tiempo de reconocer que hemos vivido conforme a Pirrón de Élide: según esa opción filosófica que consistiera en vivir en función del modo de vida de los no filósofos, a la manera del estúpido que, sin saber, cree saber, que, en definitiva, no sabe siquiera de su propia ignorancia. Probablemente, reconocerlo sea la última vía abierta que nos quede para escapar de la angustia, hacia la afasia y la imperturbabilidad, únicas formas de virtud y libertad.

lunes, 26 de enero de 2009

Ateología

La cuestión es sencilla. De lógica básica. Toda afirmación de existencia ha de ser demostrada para poder ser considerada válida. Sirvan de ejemplo afirmaciones tales como "los burros con alas existen", o "dios existe". Ahora bien, no ocurre lo mismo con las afirmaciones de inexistencia. Estas, al contrario, tienen validez por sí mismas y mientras no sean falsadas. Los ejemplos resultan de nuevo reveladores. Los burros con alas no existen. Tampoco dios. Y nada tiene esto que ver con cuestión alguna de probabilidad. La creencia en burros alados o dioses diversos sigue siendo un atentado a la racionalidad. Mera estulticia.

viernes, 23 de enero de 2009

Deserotización de la existencia

Parece que se encuentra cada vez menos placer y menos seguridad en la relación humana, en la comunicación afectiva... podemos señalar cómo una consecuencia de la deserotización de la vida cotidiana es la inversión del deseo en el trabajo, que se convierte en el único lugar de confirmación narcisita para una individualidad acostumbrada a concebir al otro según las reglas de la competencia, es decir, como un peligro, como un empobrecimiento, como un límite, más que como una experiencia, un placer, una forma de enriquecimiento.
Bifo, La fábrica de la infelicidad.

domingo, 18 de enero de 2009

Poeta de las cenizas

Abjuré falsamente del compromiso ante vosotros,/ pero porque sé que el compromiso es ineluctable,/ y hoy más que nunca./ Y hoy os diré que no sólo hay que comprometerse escribiendo,/ sino viviendo:/ hay que resistir con el escándalo/ y con la rabia, más que nunca,/ (ingenuos como bestias) en el matadero,/ enajenados como víctimas, precisamente:/ hay que clamar más fuerte que nunca el desprecio/ contra la burguesía, gritar contra su vulgaridad,/ escupir contra la irrealidad que ha elegido como única realidad,/ no ceder ni en un acto ni en una palabra/ en el odio absoluto contra sus policías,/ sus jueces, su televisión y sus periódicos:/ y aquí/ yo, pequeñoburgués que lo dramatiza todo,/ tan bien educado por una madre de dulce y tímida alma/ (...) de moral campesina,/ quisiera hacer un elogio/ de la inmundicia, la miseria, la droga y el suicidio:/ yo, poeta marxista privilegiado,/ que posee instrumentos y armas ideológicas para combatir,/y suficiente moralidad para condenar el puro acto de escándalo,/ yo, hondamente respetable,/ pronuncio este elogio, porque la droga, el asco, la rabia y el suicidio/ son la única esperanza que queda:/ contestación pura y acción,/ con la que se mide la enorme sinrazón del mundo (...).
Pier Paolo Pasolini, Who is me.

sábado, 17 de enero de 2009

Devenir anónimo

Cuando reflexionamos, cuando nos espiamos de modo heterotópico, terminamos liberándonos mentalmente de esa "fuerza de gravedad" psíquica que nos aferraba inmediata e indisolublemente a nuestro yo, a nuestra historia: nos contemplamos entonces a nosotros mismos desde un punto no situable, impersonal, anónimo... Escapa así a lo que parece ser un destino impuesto y que en parte no es otra cosa que el resultado de nuestra inercia estática, de nuestra incapacidad de auto-subversión.
R. Bodei, Destinos personales.

martes, 13 de enero de 2009

La filosofía en las calles


Las apariencias son una visión de las cosas oscuras. (Lo que se ve abre la visión de lo invisible).
Anaxágoras, en Kirk y Raven Los filósofos presocráticos, 510.

Los otros cercanos

La alteridad inmediata (pero ¡ay! ya un poco lejana) es ante todo la de los jóvenes, la "juventud" como se dice en la televisión. Jóvenes: son esos cuya juventud significa para los demás que su propia juventud ya se ha ido... Si el mundo en su mayoría se rejuvenece, ello significa que nos estamos quedando atrás.
M. Augé, El viajero subterráneo.

sábado, 3 de enero de 2009

Humano, demasiado humano


"Franco", por Gerald Scarfe, Revista Student, 1968.

Pablo Lópiz Cantó

Para una filosofía de la inmanencia