sábado, 19 de diciembre de 2015

Diferencia y repetición

Amigo de Gilles Deleuze, Richard Pinhas tras pertenecer a la banda Blues Convention, con la que no grabará nada, forma el grupo francés de rock experimental Schizo, cuya primera grabación fue: "Schizo (and the little girl). Paraphrenia Praecox". Sólo meses más tarde sacará un segundo y último single titulado "Dijuncta". Luego se desviará hacia el techno, fundando Heldon, cuyo álbum de debut lleva por título Electronic Guerrilla. En 2001 publica en Flammarion su libro Les larmes de Nietzsche. Deleuze et la musique. Aún cuando me resulta extremadamente desazonadora la mitología setentera del esquizo, de la que, por otro lado, se alejaron pronto los autores del Antiedipo, no deja de ser cierto que la onda creativa que despertó sigue fascinándome.

Intermitencias

En el instante de la noche agotada, retorno sobre la escritura inquieta y repetitiva. Escucho canciones ya antiguas sobre juegos ocultos que me emocionaron aún a pesar de permanecer, para mí, impracticables, pues que nunca supe leer los mensajes cifrados en la corporalidad del otro. Sé, porque lo he leído, que no hay historias de amor, que el amor no se desarrolla según estructuras narrativas, que la historia de amor es ya interna al discurso del enamorado, quien se desfonda en cada palabra y en cada gesto, en embites absurdos que, necesariamente, no abocan sino al fracaso, al salto y al fragmento. El amor se despliega bajo la forma de las sucesivas interrupciones, intermitencias que acaso puedan acontecer siguiendo un ritmo propicio.

F. Kafka: devenir-escritura


Sobre los Diarios de F. Kafka. (Fragmento). Universidad de Zaragoza, octubre de 2009.

Cómo escribir

Pero cómo escribir cuando se vive, hasta el fondo y sin descanso. He dejado de tener insomnio. No sólo gracias a las pastillas. Más fundamentalmente porque ya no duermo. Atravieso las noches con los ojos abiertos de par en par.

Moneda


Afrodita sentada hacia la izquierda, apoyando sus pies sobre un taburete, portando phiale (pequeña copa aplastada utilizada en las libaciones) con su mano derecha. Detrás de Afrodita se encuentra la pequeña figura alada de Eros, en pie, hacia la izquierda y coronando a la diosa con una láurea.

Disenso

El acto de pensar, me parece que, efectivamente, no es sino un diálogo que el alma mantiene consigo misma, interrogando y respondiendo, y afirmando y negando.
Platón, Teeteto, XXXII, 190.

Objetos a

Los objetos a no refieren, en el último Lacan, al lugar de una falta originaria, sino al espacio desde el cual se hace posible el suplemento. No a lo real-imposible en tanto que Otro necesario para el deseo, sino en cuanto que exceso implacable, implementación de la prótesis, deposición.

Atletas de lo imposible

Insignificantes, breves, imperceptibles, los gestos no tienen lugar, previos a la organización de las coordenadas, al delante y al atrás, acontecen, sin más, para que en torno a ellos se cofigure el mundo, antes de los cuerpos y de las personas, dibujando una zona de luz en que brilla el anonimato. No pertenecen a nadie los gestos y, por ello mismo, porque están a disposición de todos, de cualquiera, imponen la anterioridad del nosotros frente al yo, la preminencia ontológica de lo común. Sin embargo, transitamos hoy la experiencia absurda de la soledad, de una gestualidad que se agota en la producción de una subjetividad solipsita, clausurada sobre sí, en la emergencia de un cuerpo sumiso, atento al cumplimiento de las obligaciones, en el despliegue de una personalidad diferente, mas adaptada a las exigencias del amo. La nueva fe, el culto al yo funciona como correa de trasmisión de la maquinaria despótica. Nuestras existencias se pierden en la obsesiva recreación de formas de vida sostenibles, de modos de ser respetuososo con el entorno.

Nos esforzamos día y noche en la construcción de nuestras funcionales gestualidades, cercados por el miedo a ser expulsados del tablero infernal en que se juegan nuestras vidas, asediados por la sospecha de que un paso en falso significa la inmediata pérdida de los frágiles lazos que nos atan a la supervivencia. Nos aferramos a nuestro yo, tan arduamente erigido mediante la repetición, como a la moneda de cambio que nos da acceso a una existencia digna. Tratamos de hacer de él, el mejor de los yoes posibles, sabiendo, sin embargo, que ese es también el mejor modo de permanecer presos de una lógica perversa, de aquella que nos obliga a hacernos cargo de la exigencia de docilidad.

Pero algo resite.

1. Atletismo. Ejercicios de estilo. Arte de vivir.
2. Sabotaje de uno mismo. Reactivar, restituir, la dimensión anónima del gesto.
3. El análisis del gesto responde a un estudio microfísico.
4. Diógenes y el gesto cínico como práctica de lo imposible.
5. Gramática de los gestos.
6. El gesto refractario subvierte el orden posible-imposible.
7. Artaud y el teatro de la crueldad.
8. La política como arte marcial.
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Dentro algo baila

Amo los gestos imprecisos,/ uno que tropieza, otro /que golpea el vaso, /el que no recuerda/ a los distraídos, el centinela /que no sabe parar el latido/ breve de los párpados,/ los tengo en el corazón/ porque en ellos veo el temblor,/ el chasquido familiar/ el mecanismo roto.

Valerio Magrelli, Nature e venature, trad. D. Mayor.

Crítica de la Razón Teológica II: El Dios Anónimo

La plural composición inicial del cristianismo, el vendaval dislocado que infiltra la religiosidad incluso en algunas de entre las mentes más preclaras que habitan entre los siglos II y IV d.C, resulta sorprendente. Las derivas asociadas a los regímenes de verdad de las diversas sectas filosóficas, especialmente platónicas y estoicas, pero no sólo, parecen haber preparado la irrupción de ese extraño deseo de trascendencia que impregnará el Medioevo. No es necesario insistir en lo inoportuno de mitificar la razón grecolatina entendida esta como un todo, la filosofía antigua en su totalidad. Al fin, su despliegue es en gran medida responsable del final triunfo de esa formas deterioradas y atroces que preceden a la Modernidad. De dónde si no las más o menos precisas argumentaciones apologéticas con que se comenzase a erigir la Razón Teológica, de dónde la consistencia teórica que la posibilita. En los primeros siglos de su formación resulta difícil e incluso imposible distinguir con claridad entre el marasmo de sectas y ofertas que se entrelazan y confunden. Las líneas dominantes aún no se han instaurado. Junto a Justino, Taciano o Atenágoras encontramos a los gnósticos Marción, Valentín o Basílides, los cuales también reclaman su parte en el reparto de las lecturas del Nuevo Testamento y en la revelación de la verdad. Las opciones se confunden. Taciano, por ejemplo, padre apologeta, discípulo de Justino, se desplaza hacia en encratismo, del que será jefe de secta. M. Onfray ha se ha referido hace poco y de forma suficiente en la importancia de algunas de estas corrientes gnóticas que alcanzan hasta bien entrado el Medioevo y cuyo influjo sobre los propios pensadores considerados de la ortodoxia cristiana es probablemente imposible de evaluar. No insistirermos más en ello.

Interesa aquí evaluar ciertas concepciones originales de la divinidad cristiana que apuntan en un sentido neoplatónico y que, de modo silencioso, irán a permitir con el paso de los tiempos la apertura de una racionalidad de corte inmanentista, con la ruputra, por tanto de los supuestos sobre los cuales se ha asentado desde Agustín el discurso del dogma vaticano. Porque una especie de teología negativa se encuentra ya desde el comienzo de la contrucción de la apología de Cristo. El propio Justino, aún San Justino, Justinio Mártir, instruido en el platonismo y en la lectura del Timeo, ofrecerá una imagen de la divinidad de corte negativista: Dios es innombrable. Llamarle Padre o Señor en último término es evitarlo, pues que con ello sólo se alude a aquello que produce y no a Él, que permanece oculto. Para Justino Dios es anónimo. Sólo el Verbo, que es ya un Dios engendrado antes de toda criatura, Dios de segundo orden, distinto en cuanto a nombre, pero no en cuanto a concepto del incognoscible primero, se da al hombre.

Esta concepción del Dios Anónimo se proyectará a lo largo de los primeros siglos de la cristiandad, antes y al margen de la oferta teórica plotiniana, prefigurándola acaso, y, en esa misma medida, preparando la crítica a los planteamientos agustinianos y, más tarde, mucho más tarde, tomistas. Tras los apologetas que escriben el griego, a mediados del siglo III, los padres latinos extienden su palabra. Tertuliano escribe su Prescripción a los herejes antes de convertirse al Montanismo y, más tarde, fundar su propia secta y doctrina. Hacia el año 300 Arnobio, habiéndole sido negado el bautismo, redacta su Adversus nationes, donde funda una defensa de la doctrina cristiana de corte escéptico que a muchos siglos de distancia preludia el andamiaje conceptual del que, en sentido inverso, harán uso Montaigne y Charron. Incluso despliega una critica antiplatónica que será útil más tarde a los sensualista francese del XVIII y citada por el materialista ateo y hedonista La Mettrie. Su interés es enorme si atendemos a la polivalencia táctica de los discursos. Ahora resulta prioritario hacer hincapié en que es él quien pone en relación las enseñanzas del Corpus Hermeticum con las del pitagorismo y Platón. Tal percepción será heredada por su discípulo Lactancio, quien, saltando más allá del escepticismo, admirará a Trimegisto, al tres veces grande, al que es Thot, Hermes y Mercurio. Así, la patrística cristiana quedará infectada de un saludable hermetismo que no hará sino reforzar la tesis del Dios Anónimo, ser que no es, fundamento desfundamentado, abgrund, abismo.

La ontología que se desprende de semejante oferta teórica es también el punto en el que se produce la ruptura con la metafísica agustiniana. El obispo de Hipona no admitirá la hipótesis de un Dios inesencial del cual todo procedería, la propuesta de ese no-ser anterior y causa de la esencia. El Dios que el dogma del cristianismo ortodoxo impondrá es el Ser, la esencia perfecta e inmutable y, en ningún caso, un más allá de la esencia. Paradójicamente, el Super-Ser hermético, incognoscigble, absolutamente trascendente hasta el punto de trascender la existencia misma, resulta mucho más próximo que el Ser de san Agustín, Dios uno y trino del concilio de Nicea que crea el mundo a partir de la nada. La anónima divinidad, que es legible en la creación como un texto oculto, que se sostiene en el bamboleo que lo muestra al tiempo que lo esconde, corre el riesgo de devenir inmanente en tanto que todo lo creado sería expresión directa de Él. Y será a través de esta línea heterodoxa que surgirá el Renacimiento y, tras él, la Modernidad que marcase el final de la Razón Teológica. Por ella la que atraviesa desde el Pseudo-Dionisio, Juan Escoto de Erigena, el Maestro Eckhart, Nicolás de Cusa, la Escuela de Florencia, Paracelso, la Kábbala judía hasta Leibniz y, de un modo acaso más particular, hasta el primer gran ateo materialista, el filósofo de la inmanencia absoluta, Baruch Spinoza.

Corydrane

El año 1958 fue un año terrible... Sartre intentó comprimir el tiempo, lanzándose a un círulo infernal: tomaba somníferos en dosis masivas para tener la seguridad de dormir, masticaba el primer comprimido de corydrane en cuanto se despertaba y abusaba de los cafés y los whiskis...


Afuera

Lo hemos aprendido con esa sencillez propia de lo que se anuncia y filtra en cada grieta de nuestra vida. La vida, llamemos así al campo de inmanencia sobre el que se eleva la experiencia, cualquier experiencia. Sin idealismo, llamemos vida a todo cuanto confirma nuestro horizonte de percepción e imaginación. La globalización, es decir el capitalismo contemporáneo, el capitalismo que ya ha traspasado todas las fronteras espaciales que antaño lo limitaran y, al limitarlo, le ofrecieran un lugar al que desplazar sus contradicciones, no dibuja un mundo homogéneo ni liso. Al contrario. El capitalismo global traza un mapa fuertemente estriado.

Y, sin embargo, habíamos creído que la globalización suspendía una de las que acaso resultaron ser las líneas esenciales de definición de la geografía que nos contuviese y contuviese la producción y acumulación de plusvalor a lo largo de ese tiempo que designamos como modernidad. Habíamos creído que la globalización susprimía la diferencia entre un adentro y un afuera del capitalismo. La modernidad se había configurado en función de la diferencia colonial que hiciese de cierta sección del mundo, de la mayor parte del mismo, lugar propicio para la extracción de valor a través de la desposesión descarada. Efectivamente, este afuera colonizado era un afuera estrictamente interior al propio capitalismo, sin el cual los procesos de acumulación no podían en ningún caso efectuarse. La mayor parte del mundo pertenecía a esa periferia que era trastienda de los procesos de acumulación ampliada: los cuerpos africanos que encadenados atravesasen el océano, las plantaciones. El horror (...)


Pablo Lópiz Cantó

Para una filosofía de la inmanencia