El libro de Enrique Falcón La marcha de los 150.000.000, recoge y hace cantar los archivos del dolor. Imposible resulta aquí resumir la pluralidad de esos cantos que, en sucesivas acometidas, logran hacer retornar las mil vidas y las mil voces aplastadas. Por eso quisiera acotar mi lectura a su corazón bombeante que como un sol negro irradia desde el centro mismo del texto a lo largo de un capítulo, para los que aún viven, que se reparte en tres jornadas, las que van de viernes a domingo y que expresan los tres momentos del rescate de la víctimas. Cita Falcón cuando dice que “la declaración del superviviente, el temblor de la palabra ante un abismo y la resurrección de las víctimas constituyen los tres relatos en los que insurrectamente se ha cifrado el rescate de todos los vencidos".
Más aún, me gustaría, remitir exclusivamente a ese instante liberado de las obligaciones que es la jornada del sábado, porque, de algún modo, considero convoca, en el temblor de la palabra ante el abismo, la potencia que atraviesa La marcha... En ese canto breve e intensísimo una voz refractaria resuena, como en un salmo repetido, un texto de M. Foucault, acaso uno de los más hermosos que haya dado la filosofía del pasado siglo: La vida de los hombres infames. Porque, en ese escrito, que apareciese como promesa incumplida, se aborda la que probablemente sea la problemática que gobierna el libro que hoy aparece como acontecimiento inaudito. Se trata de hablar de una infamia que no es la de los grandes malvados, sino la de los desconocidos, la de una multitud de existencias fugitivas que se agolpan en eso que he nombrado como los archivos del dolor y que también lo son de la muerte, del homicidio. Falcón rescata vidas tocadas por una luz inflamada, que restallaron en breves destellos al verse inscritas repentinamente en los perímetros brillantes del poder asesino, pues no emergieron ni brotan de su oscuridad sino cuando sus insignificantes caminos colisionan con Él, a costa de sufrir su impactante golpe.
Surgen las historias —esas existencias infames— que el poema transporta reteniendo la memoria de algo que no cuentan, recorridas por una testarudez que se niega a la especificación y la generalización, permaneciendo multitud e insurgencia. No se desvelan en toda su densidad oscura nunca las vidas que los archivos del dolor y la muerte pretenden guardar: ante nuestros ojos despliegan sus apariencias sin jamás librarse del secreto que abrigan.
En gran parte, el dramatismo contenido en La marcha... quizá resida en su ser anuncio, en permanecer sobre ese hueco que se habría de rellenar con el raro clamor de presencias diamantinas ganadas al olvido y que siempre quedará vacío. El abandono en que persisten esas existencias sin espesor —la imposibilidad de detener la trayectoria del proyectil asesino que dio en el blanco y dejó sólo ausencia y luto— pone en funcionamiento el complejo mecanismo poético de la emoción. Falcón ha logrado, así, escapar a la seductora propuesta de generar una nueva representación, que implicaría otra mediación y otra vez la pérdida. Ha logrado sustituir por signos directos las representaciones mediatas; inventar vibraciones, rotaciones, torbellinos, gravitaciones, danzas o saltos que alcanzan directamente al espíritu.
Es el movimiento de lo real lo que prende en las palabras que conforman La marcha..., que hace arraigar sobre ellas como un fondo oscuro sobre el fuego que arrasa las selvas y las ciudades. La realidad de los sucesos consignados despierta y produce un efecto directamente físico. Es un lenguaje que despierta una conmoción, porque recoge en su hermetismo existencias reales, piezas de la dramaturgia de lo real y una venganza frente a quienes atentaron contra la vida inocente y hermosa. Y en ello reside una de las múltiples líneas que hacen grande a este libro, en su recoger y diseminar presencias acalladas por la brutalidad del poder y del capitalismo, voces que como esporas o pólenes habrán de facilitar la nueva cosecha, la recogida de luminosos frutos.
Porque gritos, fulgores, luchas, opacas pasiones y arrebatos incontenibles transitan y horadan los archivos del dolor y la muerte que se inauguran con las mil tecnologías políticas que gobiernan de manera homicida nuestro mundo de sed y hambre. Y La marcha... no refiere la realidad ni la apunta. La marcha... arrastra fragmentos de discurso que son fragmentos de realidad, hace brotar el sufrimiento apagado y prolifera en torno al resto, esos residuos humanos que se tratase borrar. Y, en la medida en que concede esa verdad que es decir directo, realidad no mediada, lenguaje del cuerpo, perturbación física, el libro es ya rescate de los vencidos, iluminación de los invisibles, un decir la sombra que es racimo fresco y combativo.
Más aún, me gustaría, remitir exclusivamente a ese instante liberado de las obligaciones que es la jornada del sábado, porque, de algún modo, considero convoca, en el temblor de la palabra ante el abismo, la potencia que atraviesa La marcha... En ese canto breve e intensísimo una voz refractaria resuena, como en un salmo repetido, un texto de M. Foucault, acaso uno de los más hermosos que haya dado la filosofía del pasado siglo: La vida de los hombres infames. Porque, en ese escrito, que apareciese como promesa incumplida, se aborda la que probablemente sea la problemática que gobierna el libro que hoy aparece como acontecimiento inaudito. Se trata de hablar de una infamia que no es la de los grandes malvados, sino la de los desconocidos, la de una multitud de existencias fugitivas que se agolpan en eso que he nombrado como los archivos del dolor y que también lo son de la muerte, del homicidio. Falcón rescata vidas tocadas por una luz inflamada, que restallaron en breves destellos al verse inscritas repentinamente en los perímetros brillantes del poder asesino, pues no emergieron ni brotan de su oscuridad sino cuando sus insignificantes caminos colisionan con Él, a costa de sufrir su impactante golpe.
Surgen las historias —esas existencias infames— que el poema transporta reteniendo la memoria de algo que no cuentan, recorridas por una testarudez que se niega a la especificación y la generalización, permaneciendo multitud e insurgencia. No se desvelan en toda su densidad oscura nunca las vidas que los archivos del dolor y la muerte pretenden guardar: ante nuestros ojos despliegan sus apariencias sin jamás librarse del secreto que abrigan.
En gran parte, el dramatismo contenido en La marcha... quizá resida en su ser anuncio, en permanecer sobre ese hueco que se habría de rellenar con el raro clamor de presencias diamantinas ganadas al olvido y que siempre quedará vacío. El abandono en que persisten esas existencias sin espesor —la imposibilidad de detener la trayectoria del proyectil asesino que dio en el blanco y dejó sólo ausencia y luto— pone en funcionamiento el complejo mecanismo poético de la emoción. Falcón ha logrado, así, escapar a la seductora propuesta de generar una nueva representación, que implicaría otra mediación y otra vez la pérdida. Ha logrado sustituir por signos directos las representaciones mediatas; inventar vibraciones, rotaciones, torbellinos, gravitaciones, danzas o saltos que alcanzan directamente al espíritu.
Es el movimiento de lo real lo que prende en las palabras que conforman La marcha..., que hace arraigar sobre ellas como un fondo oscuro sobre el fuego que arrasa las selvas y las ciudades. La realidad de los sucesos consignados despierta y produce un efecto directamente físico. Es un lenguaje que despierta una conmoción, porque recoge en su hermetismo existencias reales, piezas de la dramaturgia de lo real y una venganza frente a quienes atentaron contra la vida inocente y hermosa. Y en ello reside una de las múltiples líneas que hacen grande a este libro, en su recoger y diseminar presencias acalladas por la brutalidad del poder y del capitalismo, voces que como esporas o pólenes habrán de facilitar la nueva cosecha, la recogida de luminosos frutos.
Porque gritos, fulgores, luchas, opacas pasiones y arrebatos incontenibles transitan y horadan los archivos del dolor y la muerte que se inauguran con las mil tecnologías políticas que gobiernan de manera homicida nuestro mundo de sed y hambre. Y La marcha... no refiere la realidad ni la apunta. La marcha... arrastra fragmentos de discurso que son fragmentos de realidad, hace brotar el sufrimiento apagado y prolifera en torno al resto, esos residuos humanos que se tratase borrar. Y, en la medida en que concede esa verdad que es decir directo, realidad no mediada, lenguaje del cuerpo, perturbación física, el libro es ya rescate de los vencidos, iluminación de los invisibles, un decir la sombra que es racimo fresco y combativo.
Notas a la presentación que tuvo lugar el 30 de mayo en la Feria del Libro de Zaragoza, del libro de E. Falcón, La marcha de los 150.000.000, Eclipsados, 2009.
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