¿En qué épocas se realizan la subsunción real y la formal? ¿La subsunción real no se da a costa de trasladar la formal al tercer mundo? ¿Se podría dar la real sin que existiera la formal?
Los procesos de subsunción del trabajo en el capital se dan siempre de forma tendencial y nunca plenamente clausurada, muchos menos de forma universal. Más bajo el modo del patchwork que de manera lineal y progresiva. Así, se podría afirmar que, tras un primer movimiento desordenado y contingente de acumulación originaria de flujos de valor descodificado y de potencia humana libre (doblemente libre, Marx dixit), la subsunción formal emerge lentamente y de modo puntual, muy localizado, desde el siglo XIV, pero no comienza a hacerse dominante hasta el Renacimiento genovés y, en menor medida, florentino: durante los siglos siguientes se extenderá con relativa rapidez, especialmente a Inglaterra, Alemania y Holanda. Si, simplificando en exceso, se puede considerar que la subsunción formal del trabajo en el capital supone la pervivencia de los modos de producción primitivos, medievales, bajo una nueva forma relacional, la forma-salario, en la que la potencia humana queda capturada como fuerza de trabajo, la cual a su vez aparece como una mercancía objeto de intercambio; lo cierto es que su expansión acontece de manera parcial y siempre determinada, para Marx, por la lucha de clases tanto entre la incipiente burguesía y el proletariado en ciernes (¿proto-proletariado o lumpen-proletariado? Masa-potencia humana sin clasificar, como los pájaros), como entre estas fuerzas aún no especificadas y las clases dominantes del régimen feudal en declive. Desde una perspectiva postestructuralista, la aparición y despegue de la forma-salario se encontraría sobredeterminada por una miríada de conflictos microfísicos en todos los órdenes del socius. Únicamente una vez asentada (naturalizada) la nueva relación de explotación, aunque sea sólo formalmente, en eso que se ha dado en llamar centro del sistema-mundo capitalista, se hará posible, que no necesario, el salto a lo que Marx denominara subsunción real del trabajo en el capital.
La relación-capital, en su implementación estrictamente formal, es decir, bajo la forma-salario, supone la producción de plusvalía absoluta a través de la explotación de la fuerza de trabajo. El problema que lleva aparejada la subsunción formal del trabajo en el capital es que la ampliación de la tasa de ganancia encuentra como tope las posibilidades físicas de la potencia humana. Una vez fijados los salarios al nivel de la supervivencia-reproducción de la fuerza de trabajo, ampliados los horarios laborales e intensificados los ritmos productivos hasta el límite de las capacidades humanas, la producción ampliada de plusvalor se estanca. Es entonces cuando la burguesía, clase revolucionaria por antonomasia, revoluciona la relación-capital. Su revolución, no ya política, sino económica, se llama Revolución Industrial, y supone el paso de la subsunción formal a la subsunción real del trabajo en el capital. A esta última fase le corresponde la producción de plusvalía relativa. Supone la emergencia de un modo de producción específicamente capitalista. No es ya sólo que el modo de producción sea formalmente capitalista, organizado según la forma-salario, es que lo es realmente. Si esta revolución burguesa se inicia en la segunda mitad del siglo XVIII, desde la perspectiva aquí precisada, no habría acabado aún, sino que sería una revolución permanente, continuada a través no sólo de la innovación de máquinas informático-semióticas, sino, sobre todo, a través de las biotecnologías. Sólo a partir de las décadas de los 70-80 del siglo XX la dinámica de la subsunción real se habría hecho dominante frente a otras formas de producción de plusvalor.
La hipótesis de una sucesión de fases tradicionalmente aplicada al estudio histórico del capitalismo (acumulación originaria, subsunción formal y subsunción real) no supone la supresión de los estadios previos por los posteriores. Más bien, de lo que se trata es de una superposición de lógicas, en la cual las dinámicas ulteriores implican la refuncionalización de las anteriores. La acumulación originaria no se extingue con la aparición de la forma-salario, ni la forma-salario desaparece con la configuración de un modo de producción específicamente capitalista.
Así, durante el periodo en que en el centro del sistema-mundo capitalista domina la dinámica de subsunción formal, las tensiones e impasses provocados por la lucha de clases parecen obligar a los capitales a una descompresión hacia fuera, hacia la colonización de nuevos territorios según la lógica expuesta por Lenin en su estudio del imperialismo. Ahora bien, el proceso de expansión del capitalismo, su internacionalización progresiva, no sigue un modelo único ni homogéneo. Existen múltiples formas desviadas de implantación del dominio económico burgués. Ejemplar a este respecto resultan las formas de organización del trabajo en los espacios de la periferia del sistema-mundo, en los que la esclavitud (que, obviamente, parece ser a priori una forma propia de la prehistoria capitalista) ha funcionado como el modelo preferido tanto de acumulación de capital y de mano de obra, como, más importante, de producción de plusvalor absoluto. EEUU resulta, sin duda, un campo geográfico privilegiado para la experimentación de estas formas desviadas de dominio capitalista, donde gracias al mantenimiento del régimen de esclavitud se hizo posible la constitución de un polo extremadamente fuerte de capitalismo liberal.
La subsunción formal supone una colonización hacia dentro, mediante normalización de las relaciones de explotación, y una colonización hacia fuera, como imperialismo desviante. Sin embargo, el periodo de la subsunción real del trabajo en el capital se caracteriza por ser postimperialista. La subsunción real no se puede constituir como la dinámica dominante sino tras la consecución del proceso de globalización, en el que el dominio capitalista se extiende a lo largo y ancho del mundo entero, sin dejar espacios geográficos exteriores y haciendo desaparecer progresivamente la distinción entre centro y periferia. La subsunción real, tendencialmente carece de afuera y de centro, se ejerce siempre hacia su interior, colonizando el interespacio en el que nos movemos y somos todos constituidos. Las formas desviadas de explotación (relaciones de servidumbre, de vasallaje, de esclavitud), pero también las nuevas formas de empleo flexible, precario, etc., brotan por doquier en el espacio liso y sin coordenadas del nuevo sistema-mundo capitalista, siempre en función de la intensificación de los procesos de extracción de plusvalía relativa.
En las postmetrópolis hiperdesarrolladas tecnológicamente, organizadas según espacios de consumo acelerado y abundantes en servicios, siempre hay un piso en el que se amontonan cuerpos esclavos, sin nombres ni derechos humanos, como un agujero en el luminoso cosmos dibujado por la forma-salario-modalidad-trabajo-temporal. Del mismo modo, en espacios supuestamente periféricos --países del tercer mundo, países en vías de desarrollo, etc., en terminología periclitada-- se localizan importantes focos de innovación biotecnológica. El capitalismo cubre la totalidad del planeta sin dejar resquicio a una exterioridad inmaculada. Lo cual no impide que numerosas franjas del globo se encuentren sumidas en la más absoluta pobreza, aparentemente abandonadas por el interés económico, ni que los procesos de deslocalización-relocalización de la producción fabril sigan ejerciendo, cada vez con más intensidad, como mecanismo de bloqueo de la ya escasa conflictividad obrera que atraviesa el antiguo centro del mundo capitalista. Con todo, lo que parece caracterizar la actualidad es precisamente la desaparición de las fronteras para el valor: para los capitales así como para las mercancías, incluida la mercancía-fuerza de trabajo, cuya movilidad es gestionada en función de las necesidades de la producción ampliada de plusvalía relativa. Esta modalidad de producción de plusvalor se ejerce a través de la disminución del valor del trabajo socialmente necesario. La tendencia que organiza el conjunto es la reducción, en el límite (imposible) a cero, del coste de la fuerza de trabajo: es decir, la supresión del valor efectuado en salarios directos e indirectos: la eliminación, no de la clase obrera, sino de la especie humana.
Los procesos de subsunción del trabajo en el capital se dan siempre de forma tendencial y nunca plenamente clausurada, muchos menos de forma universal. Más bajo el modo del patchwork que de manera lineal y progresiva. Así, se podría afirmar que, tras un primer movimiento desordenado y contingente de acumulación originaria de flujos de valor descodificado y de potencia humana libre (doblemente libre, Marx dixit), la subsunción formal emerge lentamente y de modo puntual, muy localizado, desde el siglo XIV, pero no comienza a hacerse dominante hasta el Renacimiento genovés y, en menor medida, florentino: durante los siglos siguientes se extenderá con relativa rapidez, especialmente a Inglaterra, Alemania y Holanda. Si, simplificando en exceso, se puede considerar que la subsunción formal del trabajo en el capital supone la pervivencia de los modos de producción primitivos, medievales, bajo una nueva forma relacional, la forma-salario, en la que la potencia humana queda capturada como fuerza de trabajo, la cual a su vez aparece como una mercancía objeto de intercambio; lo cierto es que su expansión acontece de manera parcial y siempre determinada, para Marx, por la lucha de clases tanto entre la incipiente burguesía y el proletariado en ciernes (¿proto-proletariado o lumpen-proletariado? Masa-potencia humana sin clasificar, como los pájaros), como entre estas fuerzas aún no especificadas y las clases dominantes del régimen feudal en declive. Desde una perspectiva postestructuralista, la aparición y despegue de la forma-salario se encontraría sobredeterminada por una miríada de conflictos microfísicos en todos los órdenes del socius. Únicamente una vez asentada (naturalizada) la nueva relación de explotación, aunque sea sólo formalmente, en eso que se ha dado en llamar centro del sistema-mundo capitalista, se hará posible, que no necesario, el salto a lo que Marx denominara subsunción real del trabajo en el capital.
La relación-capital, en su implementación estrictamente formal, es decir, bajo la forma-salario, supone la producción de plusvalía absoluta a través de la explotación de la fuerza de trabajo. El problema que lleva aparejada la subsunción formal del trabajo en el capital es que la ampliación de la tasa de ganancia encuentra como tope las posibilidades físicas de la potencia humana. Una vez fijados los salarios al nivel de la supervivencia-reproducción de la fuerza de trabajo, ampliados los horarios laborales e intensificados los ritmos productivos hasta el límite de las capacidades humanas, la producción ampliada de plusvalor se estanca. Es entonces cuando la burguesía, clase revolucionaria por antonomasia, revoluciona la relación-capital. Su revolución, no ya política, sino económica, se llama Revolución Industrial, y supone el paso de la subsunción formal a la subsunción real del trabajo en el capital. A esta última fase le corresponde la producción de plusvalía relativa. Supone la emergencia de un modo de producción específicamente capitalista. No es ya sólo que el modo de producción sea formalmente capitalista, organizado según la forma-salario, es que lo es realmente. Si esta revolución burguesa se inicia en la segunda mitad del siglo XVIII, desde la perspectiva aquí precisada, no habría acabado aún, sino que sería una revolución permanente, continuada a través no sólo de la innovación de máquinas informático-semióticas, sino, sobre todo, a través de las biotecnologías. Sólo a partir de las décadas de los 70-80 del siglo XX la dinámica de la subsunción real se habría hecho dominante frente a otras formas de producción de plusvalor.
La hipótesis de una sucesión de fases tradicionalmente aplicada al estudio histórico del capitalismo (acumulación originaria, subsunción formal y subsunción real) no supone la supresión de los estadios previos por los posteriores. Más bien, de lo que se trata es de una superposición de lógicas, en la cual las dinámicas ulteriores implican la refuncionalización de las anteriores. La acumulación originaria no se extingue con la aparición de la forma-salario, ni la forma-salario desaparece con la configuración de un modo de producción específicamente capitalista.
Así, durante el periodo en que en el centro del sistema-mundo capitalista domina la dinámica de subsunción formal, las tensiones e impasses provocados por la lucha de clases parecen obligar a los capitales a una descompresión hacia fuera, hacia la colonización de nuevos territorios según la lógica expuesta por Lenin en su estudio del imperialismo. Ahora bien, el proceso de expansión del capitalismo, su internacionalización progresiva, no sigue un modelo único ni homogéneo. Existen múltiples formas desviadas de implantación del dominio económico burgués. Ejemplar a este respecto resultan las formas de organización del trabajo en los espacios de la periferia del sistema-mundo, en los que la esclavitud (que, obviamente, parece ser a priori una forma propia de la prehistoria capitalista) ha funcionado como el modelo preferido tanto de acumulación de capital y de mano de obra, como, más importante, de producción de plusvalor absoluto. EEUU resulta, sin duda, un campo geográfico privilegiado para la experimentación de estas formas desviadas de dominio capitalista, donde gracias al mantenimiento del régimen de esclavitud se hizo posible la constitución de un polo extremadamente fuerte de capitalismo liberal.
La subsunción formal supone una colonización hacia dentro, mediante normalización de las relaciones de explotación, y una colonización hacia fuera, como imperialismo desviante. Sin embargo, el periodo de la subsunción real del trabajo en el capital se caracteriza por ser postimperialista. La subsunción real no se puede constituir como la dinámica dominante sino tras la consecución del proceso de globalización, en el que el dominio capitalista se extiende a lo largo y ancho del mundo entero, sin dejar espacios geográficos exteriores y haciendo desaparecer progresivamente la distinción entre centro y periferia. La subsunción real, tendencialmente carece de afuera y de centro, se ejerce siempre hacia su interior, colonizando el interespacio en el que nos movemos y somos todos constituidos. Las formas desviadas de explotación (relaciones de servidumbre, de vasallaje, de esclavitud), pero también las nuevas formas de empleo flexible, precario, etc., brotan por doquier en el espacio liso y sin coordenadas del nuevo sistema-mundo capitalista, siempre en función de la intensificación de los procesos de extracción de plusvalía relativa.
En las postmetrópolis hiperdesarrolladas tecnológicamente, organizadas según espacios de consumo acelerado y abundantes en servicios, siempre hay un piso en el que se amontonan cuerpos esclavos, sin nombres ni derechos humanos, como un agujero en el luminoso cosmos dibujado por la forma-salario-modalidad-trabajo-temporal. Del mismo modo, en espacios supuestamente periféricos --países del tercer mundo, países en vías de desarrollo, etc., en terminología periclitada-- se localizan importantes focos de innovación biotecnológica. El capitalismo cubre la totalidad del planeta sin dejar resquicio a una exterioridad inmaculada. Lo cual no impide que numerosas franjas del globo se encuentren sumidas en la más absoluta pobreza, aparentemente abandonadas por el interés económico, ni que los procesos de deslocalización-relocalización de la producción fabril sigan ejerciendo, cada vez con más intensidad, como mecanismo de bloqueo de la ya escasa conflictividad obrera que atraviesa el antiguo centro del mundo capitalista. Con todo, lo que parece caracterizar la actualidad es precisamente la desaparición de las fronteras para el valor: para los capitales así como para las mercancías, incluida la mercancía-fuerza de trabajo, cuya movilidad es gestionada en función de las necesidades de la producción ampliada de plusvalía relativa. Esta modalidad de producción de plusvalor se ejerce a través de la disminución del valor del trabajo socialmente necesario. La tendencia que organiza el conjunto es la reducción, en el límite (imposible) a cero, del coste de la fuerza de trabajo: es decir, la supresión del valor efectuado en salarios directos e indirectos: la eliminación, no de la clase obrera, sino de la especie humana.