El texto Pulsión y síntoma se muestra un texto del todo fallido. Sin duda, como primer movimiento, posee algunas virtudes, por lo demás bastante obvias y sobre las cuales no nos detendremos demasiado. Permite extraer la problemática del síntoma fuera del ámbito del juego significante e introducirlo en un esquema de compresión funcionalista. Por otro lado, devuelve la pulsión al ámbito de lo inconsciente, desgajándola así de la oposición placer-displacer. Sin embargo, el texto permanece, no solo debido a la terminología que emplea, preso de cierta tradición que da preeminencia a lo negativo, tal y como ocurre en las diversas iglesias freudianas y, muy especialmente en la lacaniana, frente al carácter estrictamente positivo de la instancia inconsciente. De ahí que sean necesarias múltiples correcciones y, acaso, aunque este no es lugar, una revisión total y su posterior reescritura.
En primer lugar, si se quiere desplazar el análisis, es requisito indispensable reelaborar la noción misma de pulsión como dinámica afirmativa. Para ello, a su vez, es necesario dejar de hacerla depender de la noción de satisfacción. Si en Pulsión y síntoma se apuntaba que la pulsión es una moción a la que le corresponde un fin, es obligado reconsiderar dicha pulsión en tanto que vector puro, sin determinación externa y despojada de telos. El inconsciente no se organiza de modo teleológico. El texto constantemente hace alusión a la falta de satisfacción. ¿Por qué entonces hacer hincapié en que la satisfacción está ahí? Lo único que habría sería el movimiento mismo, sin origen ni destino. El nobjeto, el objeto a minúscula, ese hueco que se dice es fin y cierre de la pulsión, no existe, o, como se añade, es un deshecho, un resto inhaprendido de la dinámica pulsional. Pero si es un hueco, es un hueco; es decir, no es. De ahí que se deba, con rigor, afirmar que la pulsión es un proceso abierto. La a minúscula no designa sino la imposibilidad para la pulsión de clausurarse.
El carácter estrictamente afirmativo y abierto de la pulsión impone la reconsideración tanto de la problemática del goce como de la cuestión de los cursos de la pulsión misma. Se observa en el texto que la pulsión es, en todos los casos, autoerótica, encontrando en la figura del perverso polimorfo su representante. Si, como se ha dicho, situarse en el ámbito de lo inconsciente permite superar la oposición placer-displacer, acaso fuera oportuno tomar dicha superación en serio. Desde ahí, podría afirmarse que la pulsión no es otra cosa que producción de goce, con independencia de si este goce es percibido por el sujeto como placer o como displacer. A lo que apunta la dinámica pulsional es, entonces, a la producción de intensidades afectivas no especificadas.
Por otro lado, está la cuestión del objeto de la pulsión que se supone permite distinguir cursos diversos, ya se trate de un curso masoquista o no. Situada la ruptura tanto respecto de la percepción del sujeto como respecto de la oposición placer-displacer, la distinción entre dos cursos diferenciados para la pulsión desaparece. Todo objeto de la pusión aparece como objeto-síntoma. El síntoma ya no es un sustituto del objeto de placer, sino que el objeto, ya sea de placer o de displacer, es, en todo caso, objeto de goce y, por tanto, síntoma. Se observa cómo a partir de la consideración de la pulsión como dinámica afirmativa y productiva, la cuestión del objeto se desplaza. Si toda pulsión es autoerótica, entonces, todo objeto es interno a la propia pulsión. La pulsión produce a su propio objeto en tanto que síntoma. La pulsión goza de sí y todo goce es goce del síntoma. Ya no hay degradación de la satisfacción pulsional, sino sólo producciones variables de intensidades afectivas.
En primer lugar, si se quiere desplazar el análisis, es requisito indispensable reelaborar la noción misma de pulsión como dinámica afirmativa. Para ello, a su vez, es necesario dejar de hacerla depender de la noción de satisfacción. Si en Pulsión y síntoma se apuntaba que la pulsión es una moción a la que le corresponde un fin, es obligado reconsiderar dicha pulsión en tanto que vector puro, sin determinación externa y despojada de telos. El inconsciente no se organiza de modo teleológico. El texto constantemente hace alusión a la falta de satisfacción. ¿Por qué entonces hacer hincapié en que la satisfacción está ahí? Lo único que habría sería el movimiento mismo, sin origen ni destino. El nobjeto, el objeto a minúscula, ese hueco que se dice es fin y cierre de la pulsión, no existe, o, como se añade, es un deshecho, un resto inhaprendido de la dinámica pulsional. Pero si es un hueco, es un hueco; es decir, no es. De ahí que se deba, con rigor, afirmar que la pulsión es un proceso abierto. La a minúscula no designa sino la imposibilidad para la pulsión de clausurarse.
El carácter estrictamente afirmativo y abierto de la pulsión impone la reconsideración tanto de la problemática del goce como de la cuestión de los cursos de la pulsión misma. Se observa en el texto que la pulsión es, en todos los casos, autoerótica, encontrando en la figura del perverso polimorfo su representante. Si, como se ha dicho, situarse en el ámbito de lo inconsciente permite superar la oposición placer-displacer, acaso fuera oportuno tomar dicha superación en serio. Desde ahí, podría afirmarse que la pulsión no es otra cosa que producción de goce, con independencia de si este goce es percibido por el sujeto como placer o como displacer. A lo que apunta la dinámica pulsional es, entonces, a la producción de intensidades afectivas no especificadas.
Por otro lado, está la cuestión del objeto de la pulsión que se supone permite distinguir cursos diversos, ya se trate de un curso masoquista o no. Situada la ruptura tanto respecto de la percepción del sujeto como respecto de la oposición placer-displacer, la distinción entre dos cursos diferenciados para la pulsión desaparece. Todo objeto de la pusión aparece como objeto-síntoma. El síntoma ya no es un sustituto del objeto de placer, sino que el objeto, ya sea de placer o de displacer, es, en todo caso, objeto de goce y, por tanto, síntoma. Se observa cómo a partir de la consideración de la pulsión como dinámica afirmativa y productiva, la cuestión del objeto se desplaza. Si toda pulsión es autoerótica, entonces, todo objeto es interno a la propia pulsión. La pulsión produce a su propio objeto en tanto que síntoma. La pulsión goza de sí y todo goce es goce del síntoma. Ya no hay degradación de la satisfacción pulsional, sino sólo producciones variables de intensidades afectivas.
1 comentario:
Sin duda, este segundo movimiento deja respirar mucho más al cuerpo (cosa, por otro lado, necesaria). Donde haya un proceso abierto...que se quite lo demás.
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