No entiendo nada. Es tarde. Enciendo la televisión. Sundance Chanel. 121212concert. Chicos, I really don't understand a
shit. O lo entiendo demasiado bien. Tras la devastación de Nueva York y
Nueva Jersey por el huracán Sandy los habitantes de la primera potencia
económica del globo tienen que llevar a cabo un concierto benéfico mendigando
dinero al resto del mundo, a los particulares del resto del mundo. Ya que lo
hacen, lo hacen a lo grande. Están todos los clásicos que uno querría escuchar
en directo junto a muchas de las estrellas del cine que abarrotan nuestro
imaginario. Suena Bruce Springsteen. En breve van a tocar los Rolling Stones. Y
uno se pregunta dónde diablos está el Estado garantista. Lo sabemos. Muerto. Se
ha transformado en una simple máquina de extracción de renta al servicio de
capitales desterritorializados.
Y probablemente los beneficios del concierto benéfico pasen por el mecanismo
financiero antes de ir a parar a las poblaciones afectadas. David Harvey lo
planteaba hace ya un tiempo: "La transición a una nueva estructura
hegemónica en el capitalismo global coloca a Estados Unidos ante la disyuntiva
de gestionar la transición de manera pacífica o bien a través de la catástrofe.
La actual posición de las élites gobernantes estadounidenses apunta más en esta
última dirección". (D. Harvey, Breve historia del neoliberalismo,
Madrid, Akal, 2009, p. 216). Lo que Harvey no parecía prever es que la catástrofe
a través de la cual gestionar la transición hacia una nueva hegemonía tuviera
como lugar preferente el centro del sistema-mundo capitalista. Primero Nueva
Orleans, luego el resto del mundo.
El presentador compara el huracán Sandy con el terrorismo. Todo nos hará más
fuertes, dice, el muy imbécil. Porque él lo vale, porque él es de Jersey Shore.
No ha visto la destrucción ideológica y existencial que pone cada semana en
escena el reality show nominado a partir de su lugar de residencia. Se han vuelto
locos. Del todo. Alaba a los policías, a la Guardia Nacional, que, delira, ayudaron todo cuanto
pudieron. Salvaron treinta y seis personas, puntualiza. Buen trabajo, insiste.
Se han vuelto locos. Sus casas de madera sin cimientos, sus caravanas que aquí
llamaríamos chabolas, todo se ha venido abajo. Arrasado por la lluvia y el
viento. Pero el público grita extasiado. Y Eric Clapton canta. Y la pantalla no
deja de emitir mensajes con números telefónicos a través de los cuales claman
por la beneficencia.
Y, a estas horas de la noche, uno pensaría que está todo perdido. Pero,
entonces, le viene a la mente el grupo de activistas que desde Occupy Sandy ha
tratado de acometer un nuevo modo de gestión de la catástrofe. Una gestión de
la catástrofe que no aboca hacia otra hegemonía sino, más bien, hacia la
construcción del común. No a través de la caridad. Al contrario. Mediante la
ayuda mutua. Conforme a la construcción de alianzas productivas. Hablo desde la
distancia. Atravesado de ignorancia y con dificultad para entender lo que
ocurre allí tan lejos. Seguro me equivoco. Pero, sinceramente, las imágenes de
solidaridad épica que se proyectan desde mi pantalla sólo me parecen una forma,
otra más, de subsumir la resistencia y el trabajo cooperativo de la multitud
bajo la dinámica capitalista. Quiero ir a Nueva York, mas no a este que ahora
se dirige a mi sentimentalidad y a mi retina. Verdaderamente no entiendo nada.
3:50 horas.
Zaragoza, 13 de diciembre de 2012.
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