miércoles, 28 de enero de 2015

La comunidad espectral

"Un trapo rojo como el que llevan
enrollado al cuello los partisanos"
P.P. Pasolini, Las cenizas de Gramsci


Como los seres queridos, también algunos libros desaparecen, sin ruido, se esfuman de la estantería donde creíste haberlos olvidado. Amanecía y he rebuscado infructuosamente aquel, de lomo azul, que Aragon escribiera tras la muerte de Elsa, donde dejara anotado eso de Ailleurs sans doute ailleurs. Estará en otra parte, sin duda, en otra parte.

En otra parte, así se titulaba el primer libro de David Mayor. Antes, no mucho antes habíamos leído su “Deseo de ser replicante”, y empezamos, lentos, a aprender que apenas sí somos “recuerdo débil”, “memoria prestada”. Ha pasado casi una década desde entonces, y durante ese tiempo, pudimos, afortunados, perseguir en el Forward a “la orca negra sin mancha”, invariablemente hacia el norte, “hacia cualquier parte”. D. Mayor lo deletreaba con precisión en Otra novela, “cualquier libro / trata de una aventura”.

Ninguna aventura deja indemne a quien la atraviesa y los viajeros, a menudo, acaban por olvidar su destino. O, más bien, descubren que, finalmente, nunca hubo puerto al que dirigirse, que “Lo importante no es llegar”, que no se alcanza lo que se busca, “Ni siquiera en otra parte”. En 31 poemas se dejaba presentir que, de un modo extraño, Ítaca ya estaba aquí, y que “lo más bello”, “estar en otra parte”, “puede ser /  lo que no puede ser”.

Entre su primer y su tercer libro D. Mayor se ha desviado hasta haber cambiado de nacionalidad. Si En otra parte se intentaba aún “nacer de nuevo”, tras el viaje de Otra novela, en 31 poemas ya sólo quedaba un páramo “en el que pinchar discos a pedradas”.El tercero de sus libros se cerraba con una invocación a permanecer atentos “donde la vida falla”. D. Mayor se había ido alejando de ese ailleurs sans doute ailleurs para acercase, cuidadoso, a un aquí y ahora que, como todo presente, es y no es al mismo tiempo. Siempre atento a los detalles, ahora estos ya no son signos de nada, sino el lugar en el que leer la vida que nos pasa.

Esta tarde, en apenas sí unas horas, en Antígona, esa librería cálida y sólo en apariencia desordenada, en Zaragoza, se presenta el cuarto libro de D. Mayor, Conciencia de clase. De alguna manera que en parte se me escapa, a través de los poemas que lo conforman se aparece esa realidad presente, que es y no es al mismo tiempo, y que 31 poemas ya anunciara: “un aquí y ahora / que es apenas / el zumbido de las cosas”. Quizá sea demasiado pronto para que yo, en cierto modo, fascinado por el texto, escriba algo inteligente acerca de Conciencia de clase. A pesar de lo cual, imprudente, trataré de dejar algunas notas, si no acerca de la poética que despliega (tengo la firme sensación de que cada vez sé menos de poesía), sí, al menos, sobre el pensamiento que a su través se revela, y se rebela.

Conciencia de clase prolifera allí mismo donde terminara 31 poemas, no tanto en el lugar de la muerte cuanto en el de la memoria del padre. En el lugar de ese recuerdo, de esa palabra que, como la del replicante que antes se mencionara, está en el presente, “dentro de la ‘vida corriente’ y es extraña a esa vida”; como a dos pasos, a la distancia justa, de la prosa con que se escribe la vida cotidiana. Mirar la vida con cierta distancia es ya recordarla. Y, sin embargo, es en ese hacer memoria, incluso cuando la mirada se dirige a la infancia, donde la escritura de D. Mayor alcanza toda su altura política y filosófica.

Porque, ¿acaso puede creer alguien que un título como Conciencia de clase puede ser inocente, o que en él se ha olvidado la referencia a eso cuyo nombre último algunos detestan, pero que nosotros seguimos empecinados en llamar con todas sus letras: comunismo? No soy capaz de imaginar la pobre lectura que del libro harán quienes desde posiciones liberales sólo vean en los recuerdos monumentos conmemorando el pasado perdido de un individuo, ni la frustración de quienes, invariables en su viejo obrerismo, esperen encontrar la voz de ese sujeto revolucionario que justifique sus delirios. Porque Conciencia de clase, el libro, es algo así como una versión precisa de un Manifiesto Comunista para el siglo XXI.

No he contado las palabras ni establecido los cálculos, pero la impresión que deja la lectura es la de que hay una  presencia que se repite sin cesar: la de la palabra “fantasma”. Conciencia de clase es un libro poblado de fantasmas que no pueden dejar de recordarnos aquella sentencia con que se abriese el escrito que Marx y Engels redactasen en respuesta a la solicitud de la Liga de los Comunistas: “Un fantasma recorre Europa, el fantasma del comunismo”.

Pero, ¿qué comunismo es ese que es, él mismo, un fantasma? A través de Conciencia de clase se despliega, no la utopía por venir, sino la constatación de la existencia actual de una comunidad espectral. Las figuras que recorren sus páginas tienen ese carácter aéreo, volátil, como figuras que permanecen en la medida en que son dichas, recordadas por el texto. También la de aquel que habla o escribe, especialmente la del que habla o escribe. Porque éste, ese yo o ese él que se dice aparece como efecto del texto mismo, del hacer memoria y como recuerdo. El poeta aquí no es más que un espectro entre otros espectros. Al fin, como se lee en “Inicio”, “los vivos se convierten en imaginación de los muertos”.

Aquí, la conciencia de clase es conciencia de la pertenencia a esa comunidad espectral. Decía Benjamin, que, en el seno de la lucha de clases, ni siquiera los muertos están a salvo. La lucha de clases es la lucha, no por el bienestar de las generaciones futuras, sino por la salvación de las generaciones pasadas, por la redención de los derrotados. Nuestra victoria hoy no es otra que la revocación de la historia escrita por los vencedores. El presente no salva sino en la medida misma en que en él se actualiza la fuerza del pasado. Espectros de todos los tiempos, uníos: somos fantasmas entre  fantasmas, recuerdos de la prosa con que escribimos, con que se escribe, la vida, porque “vivir es dos veces”. El poeta, como el historiador materialista del que hablase Benjamin, se sitúa y nos sitúa en un tiempo-ahora que es combate contra el olvido: memoria efectuada sin un sujeto que la sostenga, que, de hecho, sostiene al sujeto, a ese espectro entre otros espectros, a esa parte que dice "yo" desde dentro del fantasma  múltiple y poroso del comunismo. 

En la lucha de clases ni siquiera los muertos están a salvo, pero, en su último libro, David Mayor ha cavado una trinchera en la que, por unos instantes al menos, ponernos todos, tú, yo, él, los vencidos, a resguardo.
(David Mayor, Conciencia de clase, Zaragoza, Prensas de la Universidad de Zaragoza, 2014)

Artículo publicado originalmente en la revista Subarbre, n° 0

No hay comentarios:

Pablo Lópiz Cantó

Para una filosofía de la inmanencia