Frente a la batalla por el relato que, con motivo del décimo aniversario del 15M, ya está teniendo lugar y no hará sino intensificarse en los próximos días, una pregunta se impone. Es la pregunta por la actualidad. Si reviste algún interés preguntarse por el pasado reciente es porque nos permite entender algo mejor nuestro ahora y, a partir de un análisis de tendencias, detectar las opciones de transformación que la actualidad contiene, anticipar dónde se encuentran las líneas de fractura posibles. La cadena no se rompe por el eslabón más débil, sino allí donde la potencia autónoma de clase resulta más consistente.
No hay duda de que el ciclo político iniciado hace ahora menos de diez años sigue abierto. No cabe, por tanto, “novela” alguna del 15M, mucho menos “novela de formación”, como si un sujeto inmaduro hubiera alcanzado o fuese a alcanzar la mayoría de edad que lo dotaría de autonomía. Si algo merece ser subrayado es, precisamente, el hecho de que las formas de antagonismo desplegadas por la clase en formación son expresión no mediada de su autonomía, la cual aparece, simultáneamente, como algo que “ya ha sucedido” y como una “tarea” siempre aún por terminar.
En primer lugar, es necesario constatar que, contra la impresión de muchos de los que participaron en la ocupación de las plazas y en las sucesivas oleadas que siguieron, de manera intermitente, al desmantelamiento de las asambleas allí constituidas, el 15M no es una creación ex nihilo. El ciclo 2011-2021 se inscribe en un ciclo de onda larga que tienen un momento de inicial coagulación en el movimiento antiglobalización y, más en concreto, en las contracumbres de Seattle y Génova. La contracumbre de Seattle es, no el primero, pero sí el más exitoso intento de articulación de esa nueva clase que, si bien había proliferado siguiendo dinámicas grupusculares, se recompone en una red de colectivos a escala global a través de herramientas de software libre y de la aparición de las plataformas digitales del movimiento como Indymedia, Nodo50 o Sindominio. La experiencia de las contracumbres va a tener efectos de largo alcance al interior del ciclo de onda larga que aún hoy permanece abierto. La experiencia de Génova tiene un doble efecto. En primer lugar, el abandono de la táctica del espectáculo de la confrontación. En segundo lugar, la inauguración de nuevas formas de agregación que caracterizaron las décadas sucesivas y, más en concreto, al 15M: el gesto de los Tute Bianche quitándose los monos y lanzando una llamada de auxilio al afuera del movimiento es el momento simbólico de una mutación que supondrá, a la postre, la disolución de la forma-colectivo como figura elemental de la composición tecnopolítica de clase y su sustitución por dinámicas de agregación masiva y distribuida.
Antes de que se hubieran apagado los últimos rescoldos del corto ciclo altermundista, la breve pero potente ola de movilizaciones a escala mundial del No a la guerra de 2003, y toda otra serie de movilizaciones, antes de 2011, se sucederá festiva: desde los Reclaim the Streets y los días del Orgullo al EuroMayDay que, contra los rituales vacíos convocados por los grandes sindicatos cada 1 de mayo para ese fetiche de la izquierda en que se había convertido la clase obrera; de ahí al movimiento V de Vivienda y, más en general, en las Plataformas por una vivienda digna, primeros experimentos que luego darán lugar en 2009 a la Plataforma de Afectados por la Hipoteca. En todo caso, se detecta una mutación en las formas de organización autónoma de clase que apunta a la subordinación de la forma-colectivo respecto de formas de agregación masiva capaces de construir nociones comunes entre diferentes y, en ello, dar expresión a una nueva composición tecnopolítica de clase.
Estos años son también los años de lo que podemos denominar “La Gran Migración”. En un tiempo extremadamente breve se abandonan las plataformas de contrainformación que habían servido de palanca organizativa y de medios autónomos de expresión y difusión del movimiento para desplazarse, por un lado, a redes sociales privativas, como Twitter y, sobre todo, Facebook, y, por otro, a la constitución de medios digitales parcialmente profesionalizados, como Diagonal o, aquí en Aragón, AraInfo, y a una nutrida malla de blogs personales y páginas web de colectivos.
Surgido al calor de las protestas contra la aprobación de la Ley Sinde que, aunque pueda parecer una cuestión menor, impactaba de lleno sobre las dinámicas autónomas de composición tecnopolítica de clase, el 15M replica muchas de las formas con las que se venía experimentando de manera intermitente en el ciclo post-Génova: ocupación del espacio público, cierta sentimentalidad alegre, festiva incluso, elusión de la confrontación directa con las fuerzas de orden público, hospitalidad para con los diferentes, horizontalidad asamblearia, formas de agregación masiva, dinámicas de antagonismo difuso. Sin embargo, el 15M, inspirado en la táctica de ocupación de plazas reinventada en las Primaveras Árabes, impone transformaciones de calado respecto del ciclo anterior que son las que hacen de él un acontecimiento. Dos vectores permiten resumir estas modificaciones: el número y la duración. Ambos vectores conjugados impondrán la definitiva obsolescencia de la forma-colectivo como unidad fundamental de organización autónoma. A partir de la ocupación de las plazas a tiempo indefinido las formas primitivas de rebeldía grupuscular tienden irremediablemente a disolverse bajo el impulso de unas formas relativamente estables de agregación masiva, soportadas por “la ocupación” simultánea de las plataformas privativas. Un sin fin de grupos de Facebook se replican viralmente en la red conformando una especie de asamblea permanente asíncrona.
La nueva clase parece haber, definitivamente, tomado cuerpo en este agregado multitudinario que festeja el encuentro en las plazas bajo el impulso de un deseo compartido de mayor democracia. Sin embargo, es necesario constatar que el propio éxito de la experiencia tiene como efecto inmediato la interiorización de unos conflictos que hasta entonces se habían experimentado como combates contra un enemigo exterior. Lo que antes era un “nosotros” de activistas frente a un multiforme “ellos” en el que se incluían desde los grandes capitales hasta los partidos de izquierdas y los sindicatos mayoritarios, ahora se había convertido en un “nosotros” múltiple, heterogéneo y, en muchas ocasiones, contradictorio consigo mismo.
El conflicto interiorizado más importante tiene que ver con la presencia de algo que se puede caracterizar como un cierto impulso neurótico dentro del movimiento. Si, en continuidad con el ciclo anterior de luchas, el 15M estaba en gran medida dominado por un deseo de emancipación y construcción de autonomía, sin embargo, en su seno este deseo coexiste con una fuerte nostalgia por un pasado mítico que delira un país formado por clases medias protegidas por sistemas de bienestar que, al menos en España, nunca han existido. Aquel “¡No nos representan!” que para muchos era la constatación alegre e irrevocable del carácter anacrónico de la lógica de la representación parlamentaria y una crítica sin ambages a toda forma de delegación política, para otros expresaba su desafección por los partidos existentes o, incluso, era sólo la manera de manifestar una voluntad de reforma del sistema electoral que estableciera repartos más ecuánimes y facilitase, con ello, salir de la lógica del bipartidismo.
La retirada táctica de las plazas fue el comienzo de un ciclo de luchas que, de manera intermitente, no ha dejado de convulsionar, con desigual éxito a la hora de constituir instituciones autónomas duraderas, los cimientos de lo establecido. Surgen nuevas formas de sindicalismo social que, centradas en el derecho a la salud y a la educación replican las formas de agregación propias del 15M. La marea blanca por la salud y la marea verde por la educación se constituyen a partir de lo que se dio en caracterizar como una política del 99%. Pero, también, otra vez nos encontramos con una ambivalencia del deseo que, partiendo de dinámicas autónomas de experimentación democrática, oscila entre un impulso de transformación radical que asiente a la novedad y un impulso neurótico que delira el retorno a formas de bienestar que nunca existieron o, peor aún, se conforma con defender el statu quo frente a los recortes y las privatizaciones en materia de salud y educación.
Por otro lado, durante el período, breve si pensamos en las fechas, que va del desalojo de las plazas a la convocatoria de septiembre de 2012 de Rodea el Congreso la agitación en las calles no hace sino intensificarse. Rodea el Congreso es, quizá, el penúltimo intento por parte de los sectores menos neuróticos del 15M de empujar más allá de sus límites la crisis de representación, poniendo el acento en la necesidad de abrir un proceso constituyente que permitiera superar el Régimen del 78. En todo caso, puso de manifiesto la incapacidad de la clase a la hora de introducir transformaciones efectivas a través de la política de calle. Frente a semejante callejón sin salida la imaginación colectiva inventa, progresivamente, un nuevo arsenal de nociones comunes que se puede resumir en lo que se dio en llamar “hipótesis de asalto institucional”.
El experimento Podemos carece de interés, porque desde muy pronto lo que podía haber sido un proyecto de organización autónoma de la gente se convierte en poco más que una agencia de contratación de esos jóvenes que unos años antes soñaran un futuro con casa, curro y, por ende, miedo. El afortunado, aunque poco creíble proviniendo de un trotskista, eslogan de “Todo el poder a los círculos” se vio inmediatamente eclipsado por el éxito arrasador en Vistalegre de la propuesta de Errejón de la “máquina de guerra electoral” y las proclamas en que Iglesias defendía la “eficacia” antes que la “democracia” y la “toma del cielo por asalto, no por consenso”. Los impulsos neuróticos se deslizan aquí hacia formas de narcisismo perverso que no apelan a la clase en su autonomía, sino que sólo la contemplan en tanto que instrumento al servicio de los intereses del partido.
La apuesta municipalista, tal vez porque respetó las formas de autoorganización surgidas en el 15M, como experimento de expresión afirmativa de la potencia autónoma de clase resultó, sin duda, una experiencia más interesante. Demostró que se podía ganar en el campo de batalla electoral y, en ese sentido, fue quizá la más contundente demostración de fuerza hecha por la clase a lo largo del ciclo. Sin embargo, el éxito electoral tuvo un doble efecto desmovilizador. En primer lugar, generó en muchos la falsa esperanza de un cambio proveniente de las instituciones “asaltadas” y, con ello, la renuncia a desplegar desde abajo políticas que pudieran poner en jaque a los gobiernos municipales. En segundo lugar, la pronta deriva conservadora de estos mismos gobiernos los llevó a desarrollar estrategias de contención de los conflictos y a funcionar más como apagafuegos que como catalizadores de las luchas sociales.
Si la apuesta de asalto institucional ha tenido un efecto virtuoso ese ha sido, precisamente, el hecho de que ha puesto de manifiesto de manera meridiana las contradicciones internas al Acontencimiento-15M que no han dejado de reproducirse a lo largo de todo el ciclo subsiguiente según la lógica de compulsión de repetición. La ambivalencia del deseo colectivo no ha dejado de bascular entre la neurosis nostálgica y el impulso emancipador. Si bien en un sentido sustancialmente distinto al que le diese Lenin, el diagnóstico del ciclo post15 no puede no detectar la enfermedad infantil del izquierdismo en el comunismo expresado por la composición autónoma de clase durante la última década.
Pero, si la apuesta de asalto institucional y, muy especialmente, la apuesta municipalista, ha permitido tomar conciencia de las muy variadas formas de compulsión de repetición que dinamitan desde dentro del movimiento el despliegue autónomo de clase, la siguiente ola de movilizaciones, penúltima de un ciclo aún abierto, no ha hecho sino recordar que la conciencia no salva. A la resaca emocional dejada por la deriva reactiva de los gobiernos municipales, sólo se ha podido salir gracias al movimiento feminista, que era portador de una genealogía propia y distinta de la del 15M, pero que, gracias a eso mismo, fue capaz de reactivar las formas más virtuosas de agregación inventadas con motivo de la ocupación de las plazas. Esto no ha evitado que en el proceso no hayan reemergido dinámicas que ponen de relieve una vez más las contradicciones internas al ciclo, con sus procesos virtuosos de agregación masiva, pero, también, con su compulsión de repetición.
No ha terminado de romper la última ola de movilización feminista y ya vemos dibujarse en el horizonte la siguiente. Antes hubo conatos prometedores, como el de las nuevas formas de ecologismo, que hicieron su ensayo general en los Fridays for Future. En la última fase del ciclo se asiste a la conformación de una serie de nuevas instituciones que seguro marcarán la siguiente ola de protestas, introduciendo un desplazamiento en las posiciones de deseo que han caracterizado la última década. Se trata de la emergencia de todo un nuevo sindicalismo de clase de sectores que, por su precariedad, habían sido marginales en los años previos del ciclo. Entre estas instituciones, podemos contar, entre otros, al Sindicato de Riders, el Sindicato de Manteros, las Kellys, las Jornaleras de Huelva en Lucha y, sobre todo, la rica multiplicidad de organizaciones de trabajadoras sexuales, desde el Sindicato OTRAS al Colectivo de Prostitutas de Sevilla o a las Putas Libertarias del Raval. Este sindicalismo de las sin-sindicato supone la irrupción de toda unas serie de figuras que, por las condiciones materiales mismas contra las cuales se organizan, difícilmente desplegarán formas neuróticas de deseo, en tanto que la nostalgia de retorno a un pasado mejor o la fantasía de conservación de condiciones de vida previas se encuentran obturadas desde el principio. Algo semejante ocurre con los Sindicatos de Inquilinos. Queda por ver cómo la composición tecnopolítica de clase que está sedimentando a partir de esta nueva institucionalidad y de las figuras emergentes que la acompañan se concreta en la construcción de nuevas nociones comunes y en la forma-red de agregación masiva, así como en nuevas experimentaciones que suban la apuesta. Todo está en juego. La partida sigue abierta.
(Escrito con E. Cozzo y publicado originalmente en Arainfo)
No hay comentarios:
Publicar un comentario