sábado, 19 de diciembre de 2015

Afuera

Lo hemos aprendido con esa sencillez propia de lo que se anuncia y filtra en cada grieta de nuestra vida. La vida, llamemos así al campo de inmanencia sobre el que se eleva la experiencia, cualquier experiencia. Sin idealismo, llamemos vida a todo cuanto confirma nuestro horizonte de percepción e imaginación. La globalización, es decir el capitalismo contemporáneo, el capitalismo que ya ha traspasado todas las fronteras espaciales que antaño lo limitaran y, al limitarlo, le ofrecieran un lugar al que desplazar sus contradicciones, no dibuja un mundo homogéneo ni liso. Al contrario. El capitalismo global traza un mapa fuertemente estriado.

Y, sin embargo, habíamos creído que la globalización suspendía una de las que acaso resultaron ser las líneas esenciales de definición de la geografía que nos contuviese y contuviese la producción y acumulación de plusvalor a lo largo de ese tiempo que designamos como modernidad. Habíamos creído que la globalización susprimía la diferencia entre un adentro y un afuera del capitalismo. La modernidad se había configurado en función de la diferencia colonial que hiciese de cierta sección del mundo, de la mayor parte del mismo, lugar propicio para la extracción de valor a través de la desposesión descarada. Efectivamente, este afuera colonizado era un afuera estrictamente interior al propio capitalismo, sin el cual los procesos de acumulación no podían en ningún caso efectuarse. La mayor parte del mundo pertenecía a esa periferia que era trastienda de los procesos de acumulación ampliada: los cuerpos africanos que encadenados atravesasen el océano, las plantaciones. El horror (...)


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Pablo Lópiz Cantó

Para una filosofía de la inmanencia