En el instante de la noche agotada, retorno sobre la escritura inquieta y repetitiva. Escucho canciones ya antiguas sobre juegos ocultos que me emocionaron aún a pesar de permanecer, para mí, impracticables, pues que nunca supe leer los mensajes cifrados en la corporalidad del otro. Sé, porque lo he leído, que no hay historias de amor, que el amor no se desarrolla según estructuras narrativas, que la historia de amor es ya interna al discurso del enamorado, quien se desfonda en cada palabra y en cada gesto, en embites absurdos que, necesariamente, no abocan sino al fracaso, al salto y al fragmento. El amor se despliega bajo la forma de las sucesivas interrupciones, intermitencias que acaso puedan acontecer siguiendo un ritmo propicio.
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