sábado, 7 de agosto de 2010

Estética infernal

1 / Es uno de esos libros que retornan una y otra vez, hasta parecer que nunca se han leído, que, con más sencillez, simplemente siempre han estado ahí, con uno, asediándole, libros que transmiten un saber secreto e íntimo a la mano de cualquiera. El ejemplar que manejo me lo regaló A. hace, no sé, quizá algo más de quince años, al principio de todas las cosas, en el origen de mí mismo. Lo leí con fruición inocente. No soy capaz de decir cuánto aprendí o si ni siquiera aprendí algo de la lectura. Ciertos epigramas se me quedaron clavados entonces en la cabeza. Especialmente aquel según el cual "El único medio de desembarazarse de una tentación es ceder a ella", y que ahora sé retoma la moral extraña de las antiguas sectas gnósticas de los primeros siglos de nuestra era: esa según la cual no hay purificación sino a través del pecado, hundirse en la carne es la sola forma de escapar a la carne, la vía de salvación conduce a profundizar en el mal hasta sus límites externos, hasta agotar lo inagotable. El retrato de Dorian Gray dibuja la senda de un estilo infernal, de una estética de lo abyecto que se exalta como placer y angustia, como intensificación de las pasiones, de los afectos que son la vida. El tiempo detenido de la juventud perenne no aparece sino como el laboratorio ideal en el que experimentar con la forma de la existencia gozosa.

2/ Manual de ética, El retrato... enseña lo esencial, que no hay otra obligación en la vida que la de construir la propia existencia según criterios de verdad y belleza. La vida es concebida como elemento propicio para una estetización: "de cuando en cuando una personalidad compleja sustituía y asumía el puesto del arte; llegaba a ser en su género una verdadera obra de arte, pues la vida produce obras maestras exactamente como la poesía, la escultura o la pintura". Si habitualmente Oscar Wilde es inscrito entre aquellos dandys del siglo XIX que parecen reducir la vida a un esteticismo meramente formal, lo cierto es que el formalismo que se propone en El retrato... se desenvuelve como exaltación de una estética de lo horrible, de la belleza subversiva de lo feo. El arte moderno, desde los Caprichos de Goya y, más aún, a partir de sus pinturas negras, se desliza invariablemente más allá de las fronteras de lo instituido como bello. El arte, al menos el arte moderno, tiene lugar en el lugar del excremento, en ese espacio-resto que siempre excede o sobra, residuo no evaluado sobre el cual es necesario posar la atención. El retrato..., en su absoluta modernidad, traza la existencia en tanto que existencia artística en la medida misma en que hace profundizar al personaje, a Dorian, en ese espacio oscuro, en esa zona de sombra que permanece irrepresentable. El arte de vivir exige de ese espacio de la excrecencia que ha de ser investigado. A pesar de que el campo residual se demuestra como un campo magnético o como un aparato de succión que no deja escapar, origen de adicciones maquínicas insospechadamente intensas, para elevar una existencia estética resulta necesario experimentarlo hasta el fondo y, en ello, arriesgarlo todo.

3/ El retrato muestra una imagen deforme, deteriorada y acaso horripilante que, sin embargo, es el resultado mismo del procedimiento de producción artística. Mientras Dorian Gray permanece inalterado, su vida, que es su obra, sedimenta en el lugar desplazado de la representación pictórica. La obra, la verdadera obra de arte, no es el retrato al comienzo del libro, ese lienzo que muestra un rostro juvenil de una belleza exultante: es el retrato que nos muestra ese rostro ajado por la edad y marcado por el pecado y la sangre. En el extremo que roza con la muerte, quizá el último gesto artístico de D. Gray, la pincelada final que dota de esa hermosura inaceptable a su vida, no sea otro que aquel que permite la transposición del horror desde el óleo a su rostro: la reapropiación de las señales, de los trazos de una existencia intensa. Hasta el punto de que, si la creación no es más que la formacción estética de la propia existencia, entonces el retrato no es el resultado, sino tan solo un medio a través del cual dilatar la apariencia juvenil que permite transitar la infracción de manera repetida. Sin el cuadro, Gray no hubiera podido profundizar en la zona excrementicia sino muy parcialmente antes de acabar siendo devorado por ella. El cuadro, en cuanto que sustrae las huellas del tiempo y del pecado del rostro de Gray, le permite incidir a través de todos los vericuetos de lo infame. La conclusión del proceso creativo exige la recuperación, en el cuerpo, de cada una de las investigaciones acometidas, de cada uno de los acontecimientos sufridos, de todos los placeres y las angustias: la reinscripción de la vida en el rostro. Es esa imagen corporal la que se ha trabajado a través del retrato, la que ha ido conformándose como obra de arte, como belleza terrible de lo innominado.

4/Por diversas razones, la relectura del libro de Wilde había venido insinuándose como necesaria a lo largo de los últimos años, pero no fue hasta hace escasas semanas que se hizo obligatoria. Una noche de intensa conversación con O. agotó una de las vías por las que nos internábamos a golpe de palabras precisamente en la cuestión de qué es lo que el retrato de D. Gray permite ocultar de aquél a quien representa. Sin duda, cada uno se veía acosado por unas preocupaciones y es a partir de ellas que desplegó su recuerdo de una ya para ambos lejana lectura.

O., preocupado por el deterioro y la decrepitud del cuerpo, insistía en que lo fundamental del retrato consistía en preservar la apariencia juvenil de Gray. Desde ese punto de vista, el cuadro revocaría un mal cósmico, el de la temporalidad misma y su inscripción en el cuerpo. En esa noche de desmemoria, yo insistí en que lo esencial del cuadro no consistía para Wilde en el borrado de la temporalidad, en que el mal no era una cuestión cósmica, sino un problema moral. El cuadro permitiría, antes que ninguna otra cosa, borrar las huellas del pecado. Lo importante no era que preservara de Gray la juventud, sino que preservara su aparente inocencia. Después de la relectura sé que lo que en el vocabulario de Wilde discutíamos era si el retrato ocultaba el deterioro del cuerpo o el deterioro del alma. Pero esa misma cuestión ya se la había planteado el propio personaje de Dorian Gray en el libro, frente al cuadro, "preguntándose en ocasiones cuáles eran más horribles, si las señales del pecado o las de la edad".

Tiendo a pensar ahora que, en Wilde, mal cósmico y mal moral van inextrincablemente unidos, aunque no se confundan. De hecho, el mal moral, la perversión del alma, se intensifica con el paso del tiempo y, sin embargo, ese mismo paso del tiempo, el mal cósmico, la corrupción del cuerpo, impide actualizar el mal moral, dificulta hasta el extremo al sujeto la puesta en práctica sus perversiones, por lo que el pecado deja de cometerse y la vida, en tanto que obra de arte, se arruina. La decrepitud del cuerpo no es un mal sino en la medida misma en que impide la realización del pecado. El mal cósmico es tal precisamente porque imposibilita la realización del mal moral, es decir, de la construcción estética.

5/ (...)

4 comentarios:

Ocala dijo...

Sencillamente precioso. Me he quedado enganchado y me he sentido con mono cuando el número 5 solo era un número. Desde las pérdidas del cuerpo que no se confunden con las del alma. ¡Qué gusto da leerte! Besazos

Anónimo dijo...

Existe una magnífica versión cinematográfica del libro dirigida por Albert Lewin en 1945. No es una mera ilustración del original de Wilde, y sí una absorbente e irrepetible relectura del mismo a la luz de la estética simbolista. Pone en imágenes, asimismo, el horripilante retrato de Dorian Gray -con emulsión a color, frente al blanco y negro dominante del film- con tal suerte que las descripciones del autor cristalizan debidamente.

Josepma dijo...

El núcleo del capitalismo que tanto denostas (y denosto) es la codicia, el afán de lucro, la avaricia y el afán de poder. Eso es lo que justifica todo lo demás: la manipulación de los medios de comunicación, la supeditación de la política a la economía, la democracia-adormidera, la destrucción del medio ambiente, la cercenación de las libertades individuales y colectivas, la falta de escrúpulos y de ética ante nada.

Esa codicia nuclear es la misma que hay detrás del abandono "por motivos de salud" (esa parte de tu artículo es especialmente divertida, lo reconozco) de los controladores. ¿Se te ha ocurrido pensar que si los controladores aceptasen ganar el doble de lo que gana un profesor universitario a cambio de trabajar menos horas se habría acabado el problema?

La descripción que haces de la situación vital insostenible de los controladores, más próxima a un bosque de crucificados que a unos trabajadores millonarios es hilarante y, por sí sola, mata la credibilidad del resto del artículo.

Tus referencias a la población fascista me han suscitado una duda: si el Estado
hubiese llevado el ejército a las entidades bancarias para nacionalizarlas o a las sedes de la Bolsa para aplicar la tasa Tobín, ¿también hubieras escrito un artículo como éste o más bien te hubieras unido a las hordas fascistas jaleantes?

Tu artículo, en suma, está lleno de lugares comunes y de la vieja retórica obrera. Este lenguaje me gusta tanto como el economicista o el políticamente correcto con que nos golpea el poder desde hace ya unos cuantos años, pero es que además, tu retórica obrera puesta en el conflicto de los controladores está tan fuera de lugar como una ministra de agricultura disfrazada de pastorcilla tirolesa entre un rebaño de ovejas (recuperando aquella impagable estampa que nos regaló Isabel Tocino hace unos cuantos años).

La escritura de tu artículo con bilis en lugar de tinta, sus lugares comunes, su retórica, sus absolutos, sus hipérboles, el sesgo, a veces hiriente de sus afirmaciones (yo soy un fascista en tu artículo y mira... me duele que me lo digas porque siempre he luchado precisamente por lo contrario), el propio ejemplo escogido para defender tu tesis (el conflicto de los controladores. ¡¡¡Precisamente ese entre todos los posibles!!!!), tu entierro en las trincheras ("He tenido que contemplar cómo personas a las que consideraba amigos e incluso compañeros de lucha se batían en contra de trabajadores asediados") acaba con cualquier posibilidad de diálogo, no con el Estado, sino con cualquiera que no se pliegue a tus dogmas y profese tu catecismo. Por tanto, conmigo, es decir, con un resistente crítico, no solo con el sistema sino con el antisistema.


Yo llevo 43 años intentando aprender a pensar y, desde luego, artículos como el tuyo no me ayudan en absoluto.

Unknown dijo...

Kiyo, Josepma, ¿también te has leído esta entrada? ¿Qué opinas de El retrato de Dorian Gray?

Pablo Lópiz Cantó

Para una filosofía de la inmanencia