martes, 15 de enero de 2013

G. Canguilhem homenajea a Jean Cavaillès

En estos tiempos oscuros en los que la enseñanza de la filosofía está, una vez más, en riesgo, me entretengo en la traducción, seguro imperfecta, de uno de esos textos que, desprendiendo una luz extraña, acompañan, no la escritura, sino la vida. Del texto que, en 1969, en una defensa escasamente velada de Foucault frente al ataque de los sartreanos, Georges Canguilhem dedicase a la memoria de su compañero en la Resistencia, el filósofo Jean Cavaillès:

"Contar lo que he visto y conocido de Jean Cavaillès tras nuestro encuentro en la Escuela Normal Superior sería demasiado largo. Al abreviarla, esta materia se volvería insignificante. 

Así que contaré simplemente qué idea me hago de la relación entre su persona y su acción en la Resistencia. Antes que nada, insisto sobre el hecho de que, para Cavaillès, la Resistencia ha sido un imperativo puro y simple, sin mezcla. No ha sido uno de esos que ha respondido a un Llamamiento porque esperaba un Llamamiento. No era un fuera de la ley por razones raciales o políticas. Él ha elegido la Resistencia con plena libertad de decisión y, sin embargo, de acuerdo a una exigencia que le habitaba. Probemos a explicar porqué. 

Cavaillès fue un filósofo del rigor. Para él la filosofía se emparentaba antes con las matemáticas que con la literatura. Pensaba que filosofar es demostrar más bien que hacer confidencias sobre la propia subjetividad. 

Cavaillès era un buen conocedor de la situación alemana en los años treinta. Había vivido en Alemania como becario de la fundación Rockefeller. No ignoraba ninguna de las causas, motivaciones ni objetivos del nazismo. 

Cavaillès era de origen protestante e hijo de oficial. Siendo estudiante, no compartía las opiniones antimilitaristas y pacifistas de muchos de entre nosotros en esa generación. 

Sabido esto, podemos comprender que Cavaillès ha sido Resistente por lógica. La deducción es fácil. Y porque él la ha conocido, no es imaginaria. El nazismo era inaceptable en la medida en que era la negación, salvaje en lugar de erudita, de la universalidad, en la medida en que anunciaba y buscaba el fin de la filosofía racional. Así pues, la lucha contra lo inaceptable era ineluctable. Y por lucha no hay que entender la indignación cuchicheada en los pasillos, el boca a boca patriótico ni el buzoneo de octavillas reivindicativas. Por lucha hay que entender el combate con las armas en la mano. Y por armas, todas las armas. He aquí pues un intelectual que, sin coacción en lo que se refiere a su situación personal, por una elección totalmente libre, se hace jefe de red, en primer lugar y siempre pagando con su persona, jefe de agentes de información, de artificieros, de saboteadores. Un jefe ejecutante, un filósofo terrorista: he aquí Cavaillès. La fachada de profesor de lógica de la Sorbona tras la cual disimula al principio la única actividad que tiene en el corazón no dura mucho. En adelante, la única actividad filosófica de este lógico se ejercerá en prisión, en un campo de internamiento francés del cual, por otro lado, se evade para retomar donde la había dejado la lucha clandestina que entrañará de nuevo su arresto, pero esta vez por los alemanes, y esta vez definitivamente. La lógica es implacable. En la tenacidad de Cavaillès hay algo aterrador. Es una figura única. Un filósofo matemático cargado de explosivos, lúcido y temerario, resuelto pero sin optimismo. Si eso no es un héroe, ¿qué es un héroe? 

Hablar de él no tiene lugar sin cierto sentimiento de vergüenza, puesto que, si se le ha sobrevivido, es porque se ha hecho menos que él. Pero si no se habla de él, ¿quién sabría diferenciar entre ese compromiso sin reservas, entre esa acción sin retaguardia, y la Resistencia de esos intelectuales resistentes que hablan tanto de sí mismos porque sólo pueden hablar de su Resistencia, de tan discreta que fue? 

Actualmente, algunos filósofos ponen el grito en el cielo, indignados, porque algunos otros filósofos han formado la idea de una filosofía sin sujeto personal. La obra filosófica de Cavaillès puede ser invocada en apoyo a esta idea. Su filosofía matemática no ha sido construida por referencia a ningún sujeto susceptible de ser momentánea y precariamente identificado con Jean Cavaillès. Esta filosofía de la que Jean Cavaillès está radicalmente ausente ha comandado una forma de acción que le ha conducido, por los estrechos caminos de la lógica, hasta ese pasaje de donde no se vuelve. Jean Cavaillès es la lógica de la Resistencia vivida hasta la muerte. Ojalá los filósofos de la existencia y de la persona procedan del mismo modo la próxima vez, si pueden".
Georges Canguilhem, "Commémoration a l'ORTF. France-Culture, 28 octobre 1969", en Vie et Mort de Jean Cavaillès, Paris, Editions Allia, 2004. 

domingo, 6 de enero de 2013

Otro que se fue a ningún lado

Anoche estuve viendo de nuevo La vida de los otros, la brechtiana película del guionista y director Florian Henckel von Donnersmarck que ganase, entre otros muchos premios, el Óscar a la mejor película extranjera en 2007. Cualquiera que la haya visto sabrá lo esencial del argumento: no voy a resumirlo aquí. Sólo recordar que la acción comienza en 1984, mientras Alemania está dividida por el muro, en el Berlín Oriental. Que entonces la Stasi vigilaba con cuidado cada movimiento y cada palabra de los ciudadanos. También, por supuesto, de intelecutales y artistas. Que, cuando no los encarcerlaba, dejaba sin trabajo y en la desesperación a todos aquellos que no consentían agachar la cabeza ante el Partido. 

Pero, insisto, no quiero resumir aquí la película ni aún siquiera describir la atmósfera de gris opresión que reinaba aún en los años ochenta al otro lado del telón de acero. Me interesa, sin embargo, llamar la atención precisamente sobre aquello que en la narración fílmica queda oculto, un texto en torno al cual gira toda la trama y del cual apenas sí conocemos las primeras líneas y, yo a partir de los subtítulos en español, dos versiones prácticamente idénticas del título: Sobre uno que se fue al otro lado y Uno que se fue al otro lado. Sabemos también que su autor no pretende que sea un artículo de agitación política, sino un texto literario. Esas primeras líneas del escrito que para el periódico de la República Federal Alemana Der Spiegel redactara el personaje de Georg Dreyman dicen así:
"El Departamento de Estadística de la calle H... lo cuenta todo, lo sabe todo. Cuántos zapatos me compro al año: 2.3; cuántos libros me leo al año: 3.2; y cuántos alumnos aprueban secundaria con sobresaliente al año: 6.347. Pero hay una cosa que no cuentan, porque incluso a los burócratas les resulta dolorosa: los suicidios. Si llamas a la calle W... para preguntar a cuánta gente en todo el país la desesperación llevó al suicidio, nuestro oráculo calla y probablemente anote tu nombre y apellidos para la seguridad del Estado, esos hombres grises que en nuestro país salvaguardan la seguridad y la felicidad. En 1977 nuestro país dejó de contar las muertes por suicidio. Los llamaron autoasesinatos, pero no son en absoluto asesinatos. No tienen que ver con el gusto por la sangre ni con la pasión desatada, sino con la muerte, la muerte de toda esperanza. Cuando dejamos de contar hace nueve años sólo había un país en Europa con mayor índice de suicidios, Hungría. Detrás íbamos nosotros, la tierra del socialismo real. Uno de los no contabilizados es Albert Jerska, el gran director. De él quiero hablar hoy".
El título del artículo, obviamente, juega con el significado ambiguo de la expresión "se fue al otro lado". La expresión, usada más habitualmente para referir el éxodo de tantos hacia el Occidente capitalista, señala aquí esa forma de fuga hacia ninguna parte que el suicidio dibuja. Nosotros, que habitamos un mundo en el que no queda Oeste al que ir, a cuántos más tendremos que ver saltar el muro antes de hacer caer este orden asesino.

Pablo Lópiz Cantó

Para una filosofía de la inmanencia