Amigo de Gilles Deleuze, Richard Pinhas tras pertenecer a la banda Blues Convention, con la que no grabará nada, forma el grupo francés de rock experimental Schizo, cuya primera grabación fue: "Schizo (and the little girl). Paraphrenia Praecox". Sólo meses más tarde sacará un segundo y último single titulado "Dijuncta". Luego se desviará hacia el techno, fundando Heldon, cuyo álbum de debut lleva por título Electronic Guerrilla. En 2001 publica en Flammarion su libro Les larmes de Nietzsche. Deleuze et la musique. Aún cuando me resulta extremadamente desazonadora la mitología setentera del esquizo, de la que, por otro lado, se alejaron pronto los autores del Antiedipo, no deja de ser cierto que la onda creativa que despertó sigue fascinándome.
sábado, 19 de diciembre de 2015
Intermitencias
En el instante de la noche agotada, retorno sobre la escritura inquieta y repetitiva. Escucho canciones ya antiguas sobre juegos ocultos que me emocionaron aún a pesar de permanecer, para mí, impracticables, pues que nunca supe leer los mensajes cifrados en la corporalidad del otro. Sé, porque lo he leído, que no hay historias de amor, que el amor no se desarrolla según estructuras narrativas, que la historia de amor es ya interna al discurso del enamorado, quien se desfonda en cada palabra y en cada gesto, en embites absurdos que, necesariamente, no abocan sino al fracaso, al salto y al fragmento. El amor se despliega bajo la forma de las sucesivas interrupciones, intermitencias que acaso puedan acontecer siguiendo un ritmo propicio.
F. Kafka: devenir-escritura
Sobre los Diarios de F. Kafka. (Fragmento). Universidad de Zaragoza, octubre de 2009.
Cómo escribir
Pero cómo escribir cuando se vive, hasta el fondo y sin descanso. He dejado de tener insomnio. No sólo gracias a las pastillas. Más fundamentalmente porque ya no duermo. Atravieso las noches con los ojos abiertos de par en par.
Moneda
Disenso
El acto de pensar, me parece que, efectivamente, no es sino un diálogo que el alma mantiene consigo misma, interrogando y respondiendo, y afirmando y negando.
Platón, Teeteto, XXXII, 190.
Objetos a
Los objetos a no refieren, en el último Lacan, al lugar de una falta originaria, sino al espacio desde el cual se hace posible el suplemento. No a lo real-imposible en tanto que Otro necesario para el deseo, sino en cuanto que exceso implacable, implementación de la prótesis, deposición.
Atletas de lo imposible
Insignificantes, breves, imperceptibles, los gestos no tienen lugar, previos a la organización de las coordenadas, al delante y al atrás, acontecen, sin más, para que en torno a ellos se cofigure el mundo, antes de los cuerpos y de las personas, dibujando una zona de luz en que brilla el anonimato. No pertenecen a nadie los gestos y, por ello mismo, porque están a disposición de todos, de cualquiera, imponen la anterioridad del nosotros frente al yo, la preminencia ontológica de lo común. Sin embargo, transitamos hoy la experiencia absurda de la soledad, de una gestualidad que se agota en la producción de una subjetividad solipsita, clausurada sobre sí, en la emergencia de un cuerpo sumiso, atento al cumplimiento de las obligaciones, en el despliegue de una personalidad diferente, mas adaptada a las exigencias del amo. La nueva fe, el culto al yo funciona como correa de trasmisión de la maquinaria despótica. Nuestras existencias se pierden en la obsesiva recreación de formas de vida sostenibles, de modos de ser respetuososo con el entorno.
Nos esforzamos día y noche en la construcción de nuestras funcionales gestualidades, cercados por el miedo a ser expulsados del tablero infernal en que se juegan nuestras vidas, asediados por la sospecha de que un paso en falso significa la inmediata pérdida de los frágiles lazos que nos atan a la supervivencia. Nos aferramos a nuestro yo, tan arduamente erigido mediante la repetición, como a la moneda de cambio que nos da acceso a una existencia digna. Tratamos de hacer de él, el mejor de los yoes posibles, sabiendo, sin embargo, que ese es también el mejor modo de permanecer presos de una lógica perversa, de aquella que nos obliga a hacernos cargo de la exigencia de docilidad.
Pero algo resite.
1. Atletismo. Ejercicios de estilo. Arte de vivir.
2. Sabotaje de uno mismo. Reactivar, restituir, la dimensión anónima del gesto.
3. El análisis del gesto responde a un estudio microfísico.
4. Diógenes y el gesto cínico como práctica de lo imposible.
5. Gramática de los gestos.
6. El gesto refractario subvierte el orden posible-imposible.
7. Artaud y el teatro de la crueldad.
8. La política como arte marcial.
.
Dentro algo baila
Amo los gestos imprecisos,/ uno que tropieza, otro /que golpea el vaso, /el que no recuerda/ a los distraídos, el centinela /que no sabe parar el latido/ breve de los párpados,/ los tengo en el corazón/ porque en ellos veo el temblor,/ el chasquido familiar/ el mecanismo roto.
Valerio Magrelli, Nature e venature, trad. D. Mayor.
Valerio Magrelli, Nature e venature, trad. D. Mayor.
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Ontología política del gesto,
Poesía
Crítica de la Razón Teológica II: El Dios Anónimo
La plural composición inicial del cristianismo, el vendaval dislocado que infiltra la religiosidad incluso en algunas de entre las mentes más preclaras que habitan entre los siglos II y IV d.C, resulta sorprendente. Las derivas asociadas a los regímenes de verdad de las diversas sectas filosóficas, especialmente platónicas y estoicas, pero no sólo, parecen haber preparado la irrupción de ese extraño deseo de trascendencia que impregnará el Medioevo. No es necesario insistir en lo inoportuno de mitificar la razón grecolatina entendida esta como un todo, la filosofía antigua en su totalidad. Al fin, su despliegue es en gran medida responsable del final triunfo de esa formas deterioradas y atroces que preceden a la Modernidad. De dónde si no las más o menos precisas argumentaciones apologéticas con que se comenzase a erigir la Razón Teológica, de dónde la consistencia teórica que la posibilita. En los primeros siglos de su formación resulta difícil e incluso imposible distinguir con claridad entre el marasmo de sectas y ofertas que se entrelazan y confunden. Las líneas dominantes aún no se han instaurado. Junto a Justino, Taciano o Atenágoras encontramos a los gnósticos Marción, Valentín o Basílides, los cuales también reclaman su parte en el reparto de las lecturas del Nuevo Testamento y en la revelación de la verdad. Las opciones se confunden. Taciano, por ejemplo, padre apologeta, discípulo de Justino, se desplaza hacia en encratismo, del que será jefe de secta. M. Onfray ha se ha referido hace poco y de forma suficiente en la importancia de algunas de estas corrientes gnóticas que alcanzan hasta bien entrado el Medioevo y cuyo influjo sobre los propios pensadores considerados de la ortodoxia cristiana es probablemente imposible de evaluar. No insistirermos más en ello.
Interesa aquí evaluar ciertas concepciones originales de la divinidad cristiana que apuntan en un sentido neoplatónico y que, de modo silencioso, irán a permitir con el paso de los tiempos la apertura de una racionalidad de corte inmanentista, con la ruputra, por tanto de los supuestos sobre los cuales se ha asentado desde Agustín el discurso del dogma vaticano. Porque una especie de teología negativa se encuentra ya desde el comienzo de la contrucción de la apología de Cristo. El propio Justino, aún San Justino, Justinio Mártir, instruido en el platonismo y en la lectura del Timeo, ofrecerá una imagen de la divinidad de corte negativista: Dios es innombrable. Llamarle Padre o Señor en último término es evitarlo, pues que con ello sólo se alude a aquello que produce y no a Él, que permanece oculto. Para Justino Dios es anónimo. Sólo el Verbo, que es ya un Dios engendrado antes de toda criatura, Dios de segundo orden, distinto en cuanto a nombre, pero no en cuanto a concepto del incognoscible primero, se da al hombre.
Esta concepción del Dios Anónimo se proyectará a lo largo de los primeros siglos de la cristiandad, antes y al margen de la oferta teórica plotiniana, prefigurándola acaso, y, en esa misma medida, preparando la crítica a los planteamientos agustinianos y, más tarde, mucho más tarde, tomistas. Tras los apologetas que escriben el griego, a mediados del siglo III, los padres latinos extienden su palabra. Tertuliano escribe su Prescripción a los herejes antes de convertirse al Montanismo y, más tarde, fundar su propia secta y doctrina. Hacia el año 300 Arnobio, habiéndole sido negado el bautismo, redacta su Adversus nationes, donde funda una defensa de la doctrina cristiana de corte escéptico que a muchos siglos de distancia preludia el andamiaje conceptual del que, en sentido inverso, harán uso Montaigne y Charron. Incluso despliega una critica antiplatónica que será útil más tarde a los sensualista francese del XVIII y citada por el materialista ateo y hedonista La Mettrie. Su interés es enorme si atendemos a la polivalencia táctica de los discursos. Ahora resulta prioritario hacer hincapié en que es él quien pone en relación las enseñanzas del Corpus Hermeticum con las del pitagorismo y Platón. Tal percepción será heredada por su discípulo Lactancio, quien, saltando más allá del escepticismo, admirará a Trimegisto, al tres veces grande, al que es Thot, Hermes y Mercurio. Así, la patrística cristiana quedará infectada de un saludable hermetismo que no hará sino reforzar la tesis del Dios Anónimo, ser que no es, fundamento desfundamentado, abgrund, abismo.
La ontología que se desprende de semejante oferta teórica es también el punto en el que se produce la ruptura con la metafísica agustiniana. El obispo de Hipona no admitirá la hipótesis de un Dios inesencial del cual todo procedería, la propuesta de ese no-ser anterior y causa de la esencia. El Dios que el dogma del cristianismo ortodoxo impondrá es el Ser, la esencia perfecta e inmutable y, en ningún caso, un más allá de la esencia. Paradójicamente, el Super-Ser hermético, incognoscigble, absolutamente trascendente hasta el punto de trascender la existencia misma, resulta mucho más próximo que el Ser de san Agustín, Dios uno y trino del concilio de Nicea que crea el mundo a partir de la nada. La anónima divinidad, que es legible en la creación como un texto oculto, que se sostiene en el bamboleo que lo muestra al tiempo que lo esconde, corre el riesgo de devenir inmanente en tanto que todo lo creado sería expresión directa de Él. Y será a través de esta línea heterodoxa que surgirá el Renacimiento y, tras él, la Modernidad que marcase el final de la Razón Teológica. Por ella la que atraviesa desde el Pseudo-Dionisio, Juan Escoto de Erigena, el Maestro Eckhart, Nicolás de Cusa, la Escuela de Florencia, Paracelso, la Kábbala judía hasta Leibniz y, de un modo acaso más particular, hasta el primer gran ateo materialista, el filósofo de la inmanencia absoluta, Baruch Spinoza.
Interesa aquí evaluar ciertas concepciones originales de la divinidad cristiana que apuntan en un sentido neoplatónico y que, de modo silencioso, irán a permitir con el paso de los tiempos la apertura de una racionalidad de corte inmanentista, con la ruputra, por tanto de los supuestos sobre los cuales se ha asentado desde Agustín el discurso del dogma vaticano. Porque una especie de teología negativa se encuentra ya desde el comienzo de la contrucción de la apología de Cristo. El propio Justino, aún San Justino, Justinio Mártir, instruido en el platonismo y en la lectura del Timeo, ofrecerá una imagen de la divinidad de corte negativista: Dios es innombrable. Llamarle Padre o Señor en último término es evitarlo, pues que con ello sólo se alude a aquello que produce y no a Él, que permanece oculto. Para Justino Dios es anónimo. Sólo el Verbo, que es ya un Dios engendrado antes de toda criatura, Dios de segundo orden, distinto en cuanto a nombre, pero no en cuanto a concepto del incognoscible primero, se da al hombre.
Esta concepción del Dios Anónimo se proyectará a lo largo de los primeros siglos de la cristiandad, antes y al margen de la oferta teórica plotiniana, prefigurándola acaso, y, en esa misma medida, preparando la crítica a los planteamientos agustinianos y, más tarde, mucho más tarde, tomistas. Tras los apologetas que escriben el griego, a mediados del siglo III, los padres latinos extienden su palabra. Tertuliano escribe su Prescripción a los herejes antes de convertirse al Montanismo y, más tarde, fundar su propia secta y doctrina. Hacia el año 300 Arnobio, habiéndole sido negado el bautismo, redacta su Adversus nationes, donde funda una defensa de la doctrina cristiana de corte escéptico que a muchos siglos de distancia preludia el andamiaje conceptual del que, en sentido inverso, harán uso Montaigne y Charron. Incluso despliega una critica antiplatónica que será útil más tarde a los sensualista francese del XVIII y citada por el materialista ateo y hedonista La Mettrie. Su interés es enorme si atendemos a la polivalencia táctica de los discursos. Ahora resulta prioritario hacer hincapié en que es él quien pone en relación las enseñanzas del Corpus Hermeticum con las del pitagorismo y Platón. Tal percepción será heredada por su discípulo Lactancio, quien, saltando más allá del escepticismo, admirará a Trimegisto, al tres veces grande, al que es Thot, Hermes y Mercurio. Así, la patrística cristiana quedará infectada de un saludable hermetismo que no hará sino reforzar la tesis del Dios Anónimo, ser que no es, fundamento desfundamentado, abgrund, abismo.
La ontología que se desprende de semejante oferta teórica es también el punto en el que se produce la ruptura con la metafísica agustiniana. El obispo de Hipona no admitirá la hipótesis de un Dios inesencial del cual todo procedería, la propuesta de ese no-ser anterior y causa de la esencia. El Dios que el dogma del cristianismo ortodoxo impondrá es el Ser, la esencia perfecta e inmutable y, en ningún caso, un más allá de la esencia. Paradójicamente, el Super-Ser hermético, incognoscigble, absolutamente trascendente hasta el punto de trascender la existencia misma, resulta mucho más próximo que el Ser de san Agustín, Dios uno y trino del concilio de Nicea que crea el mundo a partir de la nada. La anónima divinidad, que es legible en la creación como un texto oculto, que se sostiene en el bamboleo que lo muestra al tiempo que lo esconde, corre el riesgo de devenir inmanente en tanto que todo lo creado sería expresión directa de Él. Y será a través de esta línea heterodoxa que surgirá el Renacimiento y, tras él, la Modernidad que marcase el final de la Razón Teológica. Por ella la que atraviesa desde el Pseudo-Dionisio, Juan Escoto de Erigena, el Maestro Eckhart, Nicolás de Cusa, la Escuela de Florencia, Paracelso, la Kábbala judía hasta Leibniz y, de un modo acaso más particular, hasta el primer gran ateo materialista, el filósofo de la inmanencia absoluta, Baruch Spinoza.
Corydrane
El año 1958 fue un año terrible... Sartre intentó comprimir el tiempo, lanzándose a un círulo infernal: tomaba somníferos en dosis masivas para tener la seguridad de dormir, masticaba el primer comprimido de corydrane en cuanto se despertaba y abusaba de los cafés y los whiskis...
Afuera
Lo hemos aprendido con esa sencillez propia de lo que se anuncia y filtra en cada grieta de nuestra vida. La vida, llamemos así al campo de inmanencia sobre el que se eleva la experiencia, cualquier experiencia. Sin idealismo, llamemos vida a todo cuanto confirma nuestro horizonte de percepción e imaginación. La globalización, es decir el capitalismo contemporáneo, el capitalismo que ya ha traspasado todas las fronteras espaciales que antaño lo limitaran y, al limitarlo, le ofrecieran un lugar al que desplazar sus contradicciones, no dibuja un mundo homogéneo ni liso. Al contrario. El capitalismo global traza un mapa fuertemente estriado.
Y, sin embargo, habíamos creído que la globalización suspendía una de las que acaso resultaron ser las líneas esenciales de definición de la geografía que nos contuviese y contuviese la producción y acumulación de plusvalor a lo largo de ese tiempo que designamos como modernidad. Habíamos creído que la globalización susprimía la diferencia entre un adentro y un afuera del capitalismo. La modernidad se había configurado en función de la diferencia colonial que hiciese de cierta sección del mundo, de la mayor parte del mismo, lugar propicio para la extracción de valor a través de la desposesión descarada. Efectivamente, este afuera colonizado era un afuera estrictamente interior al propio capitalismo, sin el cual los procesos de acumulación no podían en ningún caso efectuarse. La mayor parte del mundo pertenecía a esa periferia que era trastienda de los procesos de acumulación ampliada: los cuerpos africanos que encadenados atravesasen el océano, las plantaciones. El horror (...)
Y, sin embargo, habíamos creído que la globalización suspendía una de las que acaso resultaron ser las líneas esenciales de definición de la geografía que nos contuviese y contuviese la producción y acumulación de plusvalor a lo largo de ese tiempo que designamos como modernidad. Habíamos creído que la globalización susprimía la diferencia entre un adentro y un afuera del capitalismo. La modernidad se había configurado en función de la diferencia colonial que hiciese de cierta sección del mundo, de la mayor parte del mismo, lugar propicio para la extracción de valor a través de la desposesión descarada. Efectivamente, este afuera colonizado era un afuera estrictamente interior al propio capitalismo, sin el cual los procesos de acumulación no podían en ningún caso efectuarse. La mayor parte del mundo pertenecía a esa periferia que era trastienda de los procesos de acumulación ampliada: los cuerpos africanos que encadenados atravesasen el océano, las plantaciones. El horror (...)
martes, 20 de octubre de 2015
Aoki
Peinados
afro que rozan lo imposible, chaquetas tres cuartos, rifles y todo el
impecable estilazo lumpen, los mejores harapos (sic!) de todo el proletariado en harapos del Área de la Bahía de San Francisco en la California de los sesenta. Los Panteras Negras me siguen interesando. Y no es sólo una cuestión estética.
No alcanzo a saber por qué en los últimos días se ha intensificado la circulación por redes sociales de la historia, sin duda fascinante, de Peter Norman, aquel velocista australiano que compartió podio y lucha con Tommie Smith y John Carlos, protagonistas de la foto inolvidable, sus cabezas agachadas y los puños enfundados en cuero bien altos, de las
olimpiadas de 1968 que expresa mejor que cualquier otra lo que significó el Black Power. Tal
vez se deba a que ahora, en octubre, se han cumplido 49 años de la
creación del Movimiento de
Acción Revolucionaria que luego se refundase como Black Panther Party.
De aquí a doce meses hará medio siglo.
Durante la II Guerra Mundial Aoki fue trasladado junto a su familia a uno de los campos de concentración que el gobierno de EEUU había dispuesto para su población de origen nipón. Tras el periodo de reclusión se instala, con su padre y hermano, en West Oakland, en el mismo barrio en el que crecerían Huey P. Newton y Bobby Seale. Muy joven ingresará en el ejército, en el que servirá durante ocho años. Allí adquirirá la formación militar que luego le permita formar a las patrullas de autodefensa frente a las agresiones policiales que harían legendarios a los Panteras.
Si mal no recuerdo, en sus memorias contaba que fue Huey P. Newton quien le invitó a formar parte de los Panteras Negras. Cuando él preguntó si era el único que se había dado cuenta del pequeño detalle de que no era negro, Newton respodió algo así como "en lo que a mí respecta, y mientras luches contra la opresión, tú eres negro". Siempre he visto en ese gesto de Newton, en esas palabras que aquí sólo puedo reproducir de modo apróximado, de memoria, pero de una memoria imprecisa, deteriorada, siempre he visto en ese gesto de Newton, decía, un movimiento análogo, aunque a pequeña escala, del que guiase la redacción del artículo 14 de la Constitución haitiana de 1805 por el cual se declaraba negros a todos los ciudadanos de la república liberada.
Ministro de educación del gobierno en la clandestinidad de los Panteras Negras, Aoki se licenció en Sociología y doctoró como Trabajador Social. Fue un destacado miembro de la Asian American Political Alliance que, junto a los Panteras Negras y al movimiento Chicano, impulsó la huelga estudiantil que llevó a la creación del Departamento de Estudios Étnicos en la Universidad de Berkeley.
Si mal no recuerdo, en sus memorias contaba que fue Huey P. Newton quien le invitó a formar parte de los Panteras Negras. Cuando él preguntó si era el único que se había dado cuenta del pequeño detalle de que no era negro, Newton respodió algo así como "en lo que a mí respecta, y mientras luches contra la opresión, tú eres negro". Siempre he visto en ese gesto de Newton, en esas palabras que aquí sólo puedo reproducir de modo apróximado, de memoria, pero de una memoria imprecisa, deteriorada, siempre he visto en ese gesto de Newton, decía, un movimiento análogo, aunque a pequeña escala, del que guiase la redacción del artículo 14 de la Constitución haitiana de 1805 por el cual se declaraba negros a todos los ciudadanos de la república liberada.
Ministro de educación del gobierno en la clandestinidad de los Panteras Negras, Aoki se licenció en Sociología y doctoró como Trabajador Social. Fue un destacado miembro de la Asian American Political Alliance que, junto a los Panteras Negras y al movimiento Chicano, impulsó la huelga estudiantil que llevó a la creación del Departamento de Estudios Étnicos en la Universidad de Berkeley.
lunes, 3 de agosto de 2015
La reina de los piratas
«La reina de los piratas irlandeses, Grace O'Malley, la que "fue ama de cría de todas las rebeliones durante cuarenta años" mandaba en un colectivo de seguidores heterogéneo pertenecientes a distintos clanes y aterrorizó por todas partes a los comerciantes hasta su muerte acaecida en 1603. En 1607 una mujer llamada "capitán Dorothy" dirigió a treinta y siete mujeres que blandían cuchillos y arrojaban piedras contra los cercados de Kirkby Malzeard en el North Riding de Yorkshire».
Peter Linebaugh & Marcus Rediker, La hidra de la revolución, Barcelona, Crítica, 2005, p. 81.
viernes, 27 de febrero de 2015
Lucía Eldine González

Más información en: Carolyn Ashbaugh, Lucy Parsons. An American Revolutionary, Chicago, Haymarket Books, 2012.
miércoles, 25 de febrero de 2015
Raza e identidad

El próximo viernes 27 impartiré una conferencia titulada "Raza e identidad. Apuntes sobre gestión biopolítica", dentro del ciclo Cuestión de identidad, organizado por el Grupo de Investigación Riff-Raff, pensamiento, cultura, estética.
El acto tendrá lugar, a las 17 horas, en la Sala Ángel San Vicente de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Zaragoza.
miércoles, 18 de febrero de 2015
Animales políticos
Para quienes, como yo, han crecido en días en los que el escepticismo radical hacia el juego de partidos y, más en general, hacia
cualquier forma de representación política era el signo incontestable e,
incluso, el fundamento mismo de la virtud política, corren tiempos extraños.
Aún siento cierto pudor a la hora de defender en público la estrategia de
asalto a las instituciones por vía electoral. Sin embargo, más me lo generaría
sostener una pose pseudoanarca (¡ay, Juan García Oliver, qué harías tú en este caso) de desdén por lo que está aconteciendo, mantener una posición resistencialista en la que algunos aún se refugian sólo para su mayor confort. Supongo que se está
cómodo en el lugar del descontento. No hace falta estudiar psicoanálisis para
saber que la queja (y esa particular forma de queja que consiste en reivindicar)
es una forma de satisfacción. Respeto a quienes hablan desde ese lugar. Al fin y al cabo, estas cosas no se eligen ni se deciden. Los respeto como respeto a los hippies
que gustan de vivir en frágiles burbujas o a quienes optan por encerrarse en la
cotidianidad más inmediata de las obligaciones familiares y laborales. Los
respecto como respeto a los que juegan obsesivamente al rol, a los que
arrastran sus cuerpos convulsos de rave en rave o a los que optan por irse a
vivir al campo. Respeto a quienes deciden situarse al margen de los procesos
políticos que van a determinar sus vidas, que, recordémoslo, también son las
nuestras, porque la vida es en común. Los respeto, pero ahora, por el momento,
prefiero estar junto a esos animales políticos que han decidido poner su cuerpo
y jugárselo a la estrategia que más posibilidades tiene de inducir la
transformación.
miércoles, 28 de enero de 2015
La comunidad espectral
"Un trapo rojo como el que llevan
enrollado al cuello los partisanos"
P.P. Pasolini, Las cenizas de Gramsci
En otra parte, así se titulaba el primer libro de David Mayor.
Antes, no mucho antes habíamos leído su “Deseo de ser replicante”, y empezamos,
lentos, a aprender que apenas sí somos “recuerdo débil”, “memoria prestada”. Ha
pasado casi una década desde entonces, y durante ese tiempo, pudimos,
afortunados, perseguir en el Forward
a “la orca negra sin mancha”, invariablemente hacia el norte, “hacia cualquier
parte”. D. Mayor lo deletreaba con precisión en Otra novela, “cualquier libro / trata de una aventura”.
Ninguna aventura deja indemne a
quien la atraviesa y los viajeros, a menudo, acaban por olvidar su destino. O,
más bien, descubren que, finalmente, nunca hubo puerto al que dirigirse, que “Lo
importante no es llegar”, que no se alcanza lo que se busca, “Ni siquiera en
otra parte”. En 31 poemas se dejaba
presentir que, de un modo extraño, Ítaca ya estaba aquí, y que “lo más bello”,
“estar en otra parte”, “puede ser / lo
que no puede ser”.
Entre su primer y su tercer libro
D. Mayor se ha desviado hasta haber cambiado de nacionalidad. Si En otra parte se intentaba aún “nacer de
nuevo”, tras el viaje de Otra novela,
en 31 poemas ya sólo quedaba un
páramo “en el que pinchar discos a pedradas”.El tercero de sus libros se
cerraba con una invocación a permanecer atentos “donde la vida falla”. D. Mayor
se había ido alejando de ese ailleurs
sans doute ailleurs para acercase, cuidadoso, a un aquí y ahora que, como
todo presente, es y no es al mismo tiempo. Siempre atento a los detalles, ahora
estos ya no son signos de nada, sino el lugar en el que leer la vida que nos pasa.
Esta tarde, en apenas sí unas
horas, en Antígona, esa librería cálida y sólo en apariencia desordenada, en
Zaragoza, se presenta el cuarto libro de D. Mayor, Conciencia de clase. De alguna manera que en parte se me escapa, a
través de los poemas que lo conforman se aparece esa realidad presente, que es
y no es al mismo tiempo, y que 31 poemas
ya anunciara: “un aquí y ahora / que es apenas / el zumbido de las cosas”.
Quizá sea demasiado pronto para que yo, en cierto modo, fascinado por el texto,
escriba algo inteligente acerca de Conciencia de clase. A pesar de lo cual,
imprudente, trataré de dejar algunas notas, si no acerca de la poética que
despliega (tengo la firme sensación de que cada vez sé menos de poesía), sí, al
menos, sobre el pensamiento que a su través se revela, y se rebela.
Conciencia de clase prolifera allí mismo donde terminara 31 poemas, no tanto en el lugar de la
muerte cuanto en el de la memoria del padre. En el lugar de ese recuerdo, de
esa palabra que, como la del replicante que antes se mencionara, está en el
presente, “dentro de la ‘vida corriente’ y es extraña a esa vida”; como a dos pasos,
a la distancia justa, de la prosa con que se escribe la vida cotidiana. Mirar
la vida con cierta distancia es ya recordarla. Y, sin embargo, es en ese hacer
memoria, incluso cuando la mirada se dirige a la infancia, donde la escritura
de D. Mayor alcanza toda su altura política y filosófica.
Porque, ¿acaso puede creer
alguien que un título como Conciencia de
clase puede ser inocente, o que en él se ha olvidado la referencia a eso cuyo
nombre último algunos detestan, pero que nosotros seguimos empecinados en
llamar con todas sus letras: comunismo? No soy capaz de imaginar la pobre
lectura que del libro harán quienes desde posiciones liberales sólo vean en los
recuerdos monumentos conmemorando el pasado perdido de un individuo, ni la
frustración de quienes, invariables en su viejo obrerismo, esperen encontrar la
voz de ese sujeto revolucionario que justifique sus delirios. Porque Conciencia de clase, el libro, es algo
así como una versión precisa de un Manifiesto
Comunista para el siglo XXI.
No he contado las palabras ni
establecido los cálculos, pero la impresión que deja la lectura es la de que
hay una presencia que se repite sin
cesar: la de la palabra “fantasma”. Conciencia
de clase es un libro poblado de fantasmas que no pueden dejar de recordarnos
aquella sentencia con que se abriese el escrito que Marx y Engels redactasen en
respuesta a la solicitud de la Liga de los Comunistas: “Un fantasma recorre
Europa, el fantasma del comunismo”.
Pero, ¿qué comunismo es ese que
es, él mismo, un fantasma? A través de Conciencia
de clase se despliega, no la utopía por venir, sino la constatación de la
existencia actual de una comunidad espectral. Las figuras que recorren sus
páginas tienen ese carácter aéreo, volátil, como figuras que permanecen en la
medida en que son dichas, recordadas por el texto. También la de aquel que
habla o escribe, especialmente la del que habla o escribe. Porque éste, ese yo
o ese él que se dice aparece como efecto del texto mismo, del hacer memoria y
como recuerdo. El poeta aquí no es más que un espectro entre otros espectros.
Al fin, como se lee en “Inicio”, “los vivos se convierten en imaginación de los
muertos”.
Aquí, la conciencia de clase es
conciencia de la pertenencia a esa comunidad espectral. Decía Benjamin, que, en
el seno de la lucha de clases, ni siquiera los muertos están a salvo. La lucha
de clases es la lucha, no por el bienestar de las generaciones futuras, sino
por la salvación de las generaciones pasadas, por la redención de los
derrotados. Nuestra victoria hoy no es otra que la revocación de la historia
escrita por los vencedores. El presente no salva sino en la medida misma en que
en él se actualiza la fuerza del pasado. Espectros de todos los tiempos, uníos:
somos fantasmas entre fantasmas,
recuerdos de la prosa con que escribimos, con que se escribe, la vida, porque
“vivir es dos veces”. El poeta, como el historiador materialista del que
hablase Benjamin, se sitúa y nos sitúa en un tiempo-ahora que es combate contra el
olvido: memoria efectuada sin un sujeto que la sostenga, que, de hecho,
sostiene al sujeto, a ese espectro entre otros espectros, a esa
parte que dice "yo" desde dentro del fantasma múltiple y poroso del comunismo.
En la lucha de clases ni
siquiera los muertos están a salvo, pero, en su último libro, David Mayor ha cavado
una trinchera en la que, por unos instantes al menos, ponernos todos, tú, yo,
él, los vencidos, a resguardo.
Artículo publicado originalmente en la revista Subarbre, n° 0
(David Mayor, Conciencia de clase, Zaragoza, Prensas de la Universidad de Zaragoza, 2014)
Artículo publicado originalmente en la revista Subarbre, n° 0
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Pablo Lópiz Cantó
Para una filosofía de la inmanencia