sábado, 4 de marzo de 2023

Sobre la reforma de la plaza de la Madalena en Zaragoza y el urbanismo como estrategia contra los pobres

Plaza de la Madalena

Como a estas alturas casi todo el mundo sabrá, el candidato del Partido Popular a la Diputación General de Aragón y, aunque por poco tiempo, aún alcalde de la ciudad de Zaragoza, Jorge Azcón, inauguraba la semana pasada lo que, según los medios afines al partido en el gobierno de la ciudad, era una supuesta reforma de la Plaza de la Madalena. En realidad, quienes viven en el barrio saben que la transformación ha sido mínima. De hecho, la plaza nunca ha llegado a estar cerrada al paso y sigue presentando el mismo adoquinado resbaladizo que hace al viandante temer en todo momento con romperse una cadera si da un mal paso. Lo único relevante de la reforma ha sido que se han retirado los bancos que había en la plaza.

Desde la inauguración de la plaza las quejas de las vecinas han sido recurrentes. El último paso hasta el momento ha consistido en la convocatoria de una concentración para el próximo miércoles, 1 de marzo, en el que se llama a que cada cual lleve su silla y reivindicar con ello que la plaza sea un espacio habitable para las vecinas y vecinos del barrio. Las quejas también señalan que se han retirado las papeleras y el aparcamiento para bicicletas, así como el hecho de que no haya una fuente de agua potable, lo cual fuerza a la gente a tener que comprar agua embotellada en los negocios de hostelería que saturan el barrio. Sí, la Madalena es "zona saturada" de bares.

Para entender lo que se está jugando hay que recordar algunas cosas. El barrio de la Madalena en Zaragoza ha sido, sin duda, el barrio en el que se ha concentrado la mayor parte del activismo político de la ciudad en las últimas décadas. Colectivos de todo pelaje, desde anarquistas al PCE, desde feministas a organizaciones LGTBI+ como Towanda, de defensa de la salud como Omsida o de defensa de la lengua aragonesa como Nogará. La Madalena ha sido y es el lugar de generación de formas culturales alternativas, con una sala de conciertos única en la ciudad como es el Arrebato. Pero también es el ecosistema económico que ha permitido germinar muchas de las cooperativas de la economía social y solidaria como Birosta, la Ciclería o Desmontando a la Pili, entre otras. También es donde han sobrevivido gran parte de los bares, digamos, populares, como el Pottoka, A Flama, el Gallizo, el Vinagre Rock o, ya en menor medida, el Entalto, por sólo citar algunos. En definitiva, un tejido social enormemente rico y plural.

Sin embargo, quizá lo más relevante, más allá de las instituciones que pueblan el barrio, sea la diversidad racial y de rentas. En primer lugar, la Madalena es el espacio de convivencia interracial entre payos y gitanos. Por supuesto, no es un espacio exento de discriminación, pero la presencia de un número importante de gitanos hace que este sea su barrio y que eso nadie lo discuta. Por otro lado, si bien el barrio está fracturado por la avenida del Coso Bajo, que funciona a modo de frontera segregadora en términos de renta, la gente sigue "haciendo barrio" (porque la Madalena no constituye una entidad administrativa reconocida) y mantiene su unidad, la cual sirve a la convivencia entre gente de desigual poder adquisitivo. La Semana Cultural de la Madalena, propiciada gracias al trabajo de la asociación de vecinos del barrio, es, probablemente, el dispositivo político fundamental que hace existir el barrio en tanto que tal y permite que el espacio no haya quedado segmentado en dos o tres zonas diferentes sin identidad compartida.

La combinación de estas especificidades locales (políticas, culturales, económicas, sociales) convierte a la Madalena en un barrio singular y, por tanto, capaz de proporcionar una alta rentabilidad a quien tome posiciones sobre la propiedad de este espacio. Como ha explicado David Harvey en su libro 'Ciudades rebeldes', estos barrios son especialmente apreciados por los especuladores, dado que, privatizados, permiten exigir un alto precio por el consumo de unos lugares que son diferentes, alternativos, auténticos. No se trata de una hipótesis. Una nueva promoción en la plaza de la Madalena se anuncia por precios a partir de 240.000 euros. La zona, cierto que en un contexto de crisis inmobiliaria como el que existe desde 2008 y, por ello, paulatinamente, está siendo objeto de procesos gentrificadores claves para la definición a futuro de toda la ciudad de Zaragoza. Los alquileres han subido de manera alarmante en el barrio si los comparamos con cómo lo han hecho en las zonas aledañas, y esto ha forzado a mucha gente abandonarlo. La progresiva construcción y rehabilitación de edificios en la zona se dirige, caso tras caso, hacia residentes con un poder adquisitivo más alto que el de los actuales, en un proceso de cambio social que apenas pueden contener las viviendas de alquiler social de la zona donde residen las vecinas con menores recursos. Pues bien, es esta desigualdad la que se quiere reforzar. Retirar los bancos de la plaza es, al mismo tiempo, síntoma y palanca de esas políticas de producción de desigualdad.

Junto con la gentrificación del barrio, asoma la derivada de la turistificación del mismo. Un momento importante fue la que se jugó en la disputa por la propiedad de la propia Iglesia de Santa María de la Magdalena, a raíz de su inmatriculación por parte de la Iglesia Católica, que denunció MHUEL, pero que ganó el Arzobispado, y que supuso la privatización de un bien común del barrio de primer orden. A partir de ahí se ponía la primera baldosa en el camino hacia la turistificación que se proyecta para la zona. Esta turistificación, además de artificial y forzada como lo son todas, encuentra dificultades añadidas. La principal reside en el escaso atractivo para los operadores turísticos de la ciudad en su conjunto, lo cual deriva en la incapacidad manifiesta para atraer los flujos de visitantes hacia Zaragoza, más allá del entorno de la Basílica del Pilar. El turístico es un mercado altamente competitivo en el que las diferentes ciudades y los territorios, ya sean de sol y playa o de entornos naturales, disputan por el número y la calidad de los visitantes. En ese sentido, Zaragoza, tanto por su situación geográfica, su clima y su oferta patrimonial y cultural, ocupa una posición claramente rezagada frente a otras ciudades y territorios del estado español.

En cualquier caso, para lo que aquí nos interesa, tanto la turistificación como la gentrificación de la Madalena se dan de bruces con la resistencia que frente a tales procesos supone la existencia de población pobre y racializada (vectores que no necesariamente coinciden en las mismas personas) del barrio, así como los usos que del espacio público hacen los adolescentes del Instituto de Enseñanza Secundaria Pedro de Luna. Es difícil que a partir de estos dos grupos de interés se forje una alianza, pero no imposible, dado que al interior del instituto se reproduce de manera más marcada si cabe el esquema de convivencia entre sectores con diferencias de renta característico del barrio, así como la coexistencia entre diversos grupos raciales. El Pedro de Luna resulta atractivo para las clases medias por su programa de bilingüismo y por su programa de artes escénicas, lo cual le permite absorber población tanto del Colegio Público Tenerías, al que van los chavales del barrio de la Madalena, y que concentra rentas bajas y medias-bajas, como del Colegio Público Hilarión Gimeno, situado en la margen izquierda del Ebro, y que concentra rentas medias y medias-altas. Esta convivencia entre diferentes supone, desde el punto de vista educativo y democrático, un valor inestimable, y hacen del centro uno de los mejor valorados por los profesionales de la enseñanza. Del mismo modo, si bien parte de la población gitana de la Madalena opta por mandar a sus hijas e hijos a otros centros, como el Instituto de Enseñanza Secundaria José Manuel Blecua, donde gracias al número encuentran un espacio en el que la discriminación es menos lacerante, otra parte opta por cursar sus estudios en el instituto del barrio, lo cual hace del Pedro de Luna, de nuevo, un espacio caracterizado por la diversidad cultural.

Es obvio que algunos padres y madres de clase media de los alumnos y alumnas del instituto creerán erróneamente que el desarrollo académico de sus hijos se vería impulsado en un espacio menos plural y que, por tanto, estarán encantados con que se expulse de la plaza y del barrio a la gente con menos recursos y a los gitanos. Sin embargo, y en este caso, la retirada de los bancos también parece afectarles, puesto que evacua a sus propios hijos. Como decimos, es difícil que se produzca una alianza de intereses, pero no imposible.

Organizar esa alianza que impida que la fractura social ya existente en el barrio se profundice hasta el punto de expulsar a los sectores más pobres y racializados, que son los que siempre se ven privados del derecho al uso y disfrute del espacio público es responsabilidad, precisamente, de los sectores politizados y, más aún, de los negocios, cooperativos o no (muy especialmente los bares) que llevan años lucrándose gracias al particular ecosistema del barrio. No hacerlo sería, muy probablemente, un error estratégico garrafal por su parte, pues el proyecto que promueve el actual consistorio de Zaragoza implica a medio plazo la destrucción de la diversidad del tejido social y, por tanto, la desaparición de ese magma de colectivos, instituciones sociales y personas de razas y culturas diversas que aún caracterizan a la Madalena y que son, en último término, los verdaderos generadores de riqueza.

Está suficientemente estudiado: los procesos de gentrificación se producen por olas. Primero, las clases medias alternativas aumentan el valor inmobiliario del barrio, desplazando a quienes no pueden permitirse el aumento de las rentas. Pero, a continuación, una vez pacificado el espacio, nuevas clases medias más consensuales son atraídas por estos espacios, desplazando a algunas de las clases medias alternativas atraídas al comienzo del proceso. En esta dinámica, las exigencias de pacificación y estandarización del barrio son cada vez mayores. Por eso, quitar los bancos es sólo un paso más antes de abrir un Starbucks. Porque quitar los bancos es un medio de domesticar las expresiones de la desigualdad que pueden contrariar a los nuevos consumidores del barrio.

Es en este contexto donde aparece el concepto de arquitectura hostil, que no es otra cosa que una herramienta para decidir quién es merecedor y quién no de los espacios públicos. La respuesta que ha dado el ayuntamiento frente a las quejas de las vecinas por haber quitado los bancos de la Plaza es para enmarcar: “La Plaza de la Madalena ya disponía de bancos, los cuales fueron retirados por causar problemas de convivencia ya que eran utilizados por indigentes y trapicheos con drogas. No está prevista la instalación de bancos en dicha ubicación. Por otro lado, se dispone de bancos tanto en el Coso como en la calle Universidad”.

¿Es la retirada de bancos una solución al problema de la pobreza y el sinhogarismo? Evidentemente, no. Como ya mostró Engels en su estudio sobre 'La situación de la clase obrera en Inglaterra', la burguesía nunca resuelve los problemas de la ciudad, sino que, en el mejor de los casos, se limita a cambiarlos de lugar. Se trata, por tanto, de otra absurda criminalización y una ruptura con el entorno o las redes que en estos se han podido crear. De ahí la importancia de los espacios comunes en las ciudades: son centro, núcleo y corazón de encuentro y convivencia. El hecho de apartar “unos simples bancos” tiene su trasfondo en la prohibición y segregación de los espacios públicos, y en el castigo a los pobres, que no son merecedores del disfrute de un “simple banco” porque en ellos supuestamente hacen cosas como “trapichear droga”. En la ciudad neoliberal, al mismo tiempo que se produce y amplía la desigualdad, se gestionan sus efectos mediante el control y el castigo, en lugar de las políticas sociales.

Se trata, en definitiva, de un paso más en la creación de una ciudad disneyficada en la que la única posibilidad de ocio se reduce al consumo, marginando, de nuevo, a todas esas personas que no pueden disfrutar de dicho tipo de ocio. Esto supone matar la riqueza y la diversidad de los espacios comunes y convertir, precisamente, la convivencia en individualismo, rompiendo y disociando todo lo creado hasta ahora en esos espacios (reiteramos, públicos) de convivencia. Estas medidas, aparentemente sin demasiada importancia, son las que convierten la ciudad en un no-lugar, en un espacio frío y de paso en el que prevalece el consumo y no el derecho a la ciudad, sólo asequible para quienes pueden pagarlo. Derecho que aglutina derechos, el derecho a la ciudad es un derecho fundamental y, como tal, debe ser defendido.


[Queremos mostrar nuestro agradecimiento a Félix Rivas y a Óskar Díez por responder a nuestras consultas. Los posibles errores incluidos en el artículo son, por supuesto, responsabilidad exclusiva de quienes lo firmamos]

Artículo firmado por Dunia Laviña, Daniel Sorando y Pablo Lópiz

Publicado originalmente en Arainfo

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