lunes, 21 de julio de 2008

La parte de novedad

Al fin, cuando se trata del gesto, todo parece reducirse a una cuestión de estilo: las diversas modulaciones de la corporalidad, aún si resultan insignificantes, agotan el campo de investigación, acotan el espacio de estudio. Los devenires remiten sin cesar al ámbito de lo inesencial. ¿Triunfo, tal vez, del artificio? ¿Del simulacro y de la ficción? ¿Victoria definitiva de lo insustancial? Sin duda, una analítica del ser material atenta al gesto en cuanto partícula elemental de la existencia no puede dejar de presentar como confluyentes la dimensión ontológica y la dimensión estética. A lo que en definitiva se apunta es a una problemática estrictamente formal.

Demasiado pequeño o demasiado grande, el gesto permanece imperceptible. Sólo la concatenación de una pluralidad de esas ínfimas modificaciones de materia permite comenzar a hablar de cuerpos, de lo visible y de lo invisible, del mundo fenoménico o de la realidad. Todo acaba dependiendo de la forma en que se dispongan los sucesivos gestos, de su entrelazarse para dar lugar a una línea de existencia. ¿Problemas con el ritmo? ¿Demasiada repetición? ¿Excesiva monotonía? Siempre es necesario volver a aprender a andar. Los niños de barrio imitan a los cantantes de rap, repiten sus modos y, a través de semejante repetición, indefinidamente los transforman. Poseen una peculiar manera de caminar. Pero la suya es sólo una entre las muchas formas posibles. Y junto a lo ya dado, frente a lo posible, respira lo imposible, la impugnación creativa. En verdad, lo interesante es cómo cada cual introduce una cierta variación, una parte de novedad.

En algunas ocasiones, un tartamudeo no está de más. Define un peculiar tempo. Aparentes dificultades pueden disparar procesos de innovación: no pronunciar la erre puede llevar a incrementar el vocabulario en busca de sinónimos, o a hablar con un sonido menos pero sin que se note, haciendo del habla una corriente en la que los elementos diferenciales se difuminan en beneficio de la fluidez del lenguaje. También puede conducir a una insistencia en la anomalía fonética que conceda al elemento sonoro perfiles extraños, un toque de mala educación, algo rural, como quien no pudo aprender a hablar conforme a las convenciones burguesas, o, al contrario, un punto de cultismo, un cierto soniquete afrancesado y algo de frivolidad. En todo caso, es una oportunidad para el desvío, para trazar una trayectoria levemente diferente, algo que aún no estaba, para dotarse de cierta singularidad.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Si algo nos sobra, basta de modestia, es singularidad... echo de menos la pluralidad que formamos, breve, roja, en una barra de un café a la sombra de los álamos noctámbulos...

Anónimo dijo...

Y la mitad de las veces eso nos lleva a una degeneración sucesiva, no todos los cambios que se hacen son para mejor.

Pablo Lópiz Cantó

Para una filosofía de la inmanencia