martes, 8 de julio de 2008

Mímica refractaria

Lo que me fascina en la lectura de la obra de Kafka proviene, entre otras cosas, de la consistencia peculiar que en ella adquieren los gestos. W. Benjamin ha llamado la atención sobre cómo en la escritura kafkiana se pone en funcionamiento un código de gestos que carecen a priori de significado, pero que no por ello dejan de presentarse en combinaciones diversas. Según Benjamin, los gestos de los personajes de Kafka son demasiado fuertes para el espacio en el que tienen lugar, permaneciendo por ello inexplicados. Los gestos no se adaptan a las situaciones y, tal vez, ni siquiera a esos mismos personajes que los realizan. Constituyen verdaderos acontecimientos. De algún modo, irrumpen en el mundo para quebrarlo, dejando en suspenso el sentido. Son al mismo tiempo el elemento decisivo y el más invisible. Igual que un gesto animal --dice Benjamin-- unen lo más simple a lo más enigmático. Así, liberados de todo sostén, los gestos en Kafka devendrían objetos para reflexiones sin fin: en definitiva, aparecerían como fragmentos de ser cuyo significado último resta indescifrado y que, por ello mismo, tratocan todo el entramado de lo real, lo impugnan.

Acaso me equivoque, pero me parece que no hay duda de la proyección política de una concepción de la gestualidad como la que Benjamin descubre en Kafka. En primer lugar, es la consistencia ontológica misma del gesto, desasido éste de toda instancia que lo viniera a preceder, lo que le confiere una dimensión subversiva. El gesto persiste abandonado a su soledad insignificante y sin fundamento, como lugar desde el cual habrá de desarrollarse un relato que, debido a su origen, no alcanza nunca a clausurase ni a adquirir sentido. De hecho, en tanto que acontecimiento, el gesto posee propiedades constituyentes o, como gusta ahora decirse, performativas, hasta el punto de que no hay ya un sujeto del gesto, y, si lo hay, es absolutamente secundario respecto del gesto mismo. Precisamente por esto, el gesto es repetible. Sin sujeto, la ruptura que introduce es imitable, es decir, se encuentra a disposición de todos. Encarnase en el gesto es inmediatamente afirmar la potencia de su anonimato. Pero, sobre todo, es dar lugar a la proliferación de fracturas en la superficie de este mundo saturado de sentido que nos ha tocado en suerte habitar.
Cf. W. Benjamin, Franz Kafka.

No hay comentarios:

Pablo Lópiz Cantó

Para una filosofía de la inmanencia