martes, 15 de julio de 2008

La razón del cuerpo

Como las muletillas que proliferan indefinidamente en el lenguaje, el gesto repetido de modo compulsivo rompe la línealidad existencial, su continuidad y su aparente sentido. Tal vez la muletilla que más se le aproxime sea esa que introduce un "¿no?" entre frases, entre palabras, cual instancia que nada dice, ni niega ni afirma, que demanda pero sin esperar respuesta, que, al fin, no es sino signo de un retraimiento y de una fragilidad del discurso. Del mismo modo, el tic quiebra la continuidad de la vida, impugna el sentido de la existencia. Es más, el tic implica, la apertura de un proceso de desubjetivación en cuanto que supone la disolución de las estructuras conscientes y la revocación de ese yo soberano que se pretende instancia decisoria. Nadie escoge sus tics, sino que vienen dados de antemano, impresos sobre un cuerpo que por momentos se revela ajeno.

Un gesto sencillo, como pudiera ser el pestañear, el rascarse o el carraspear, reproducido indefinidamente sin apenas intrevalo ni descanso alcanza a transformar la vida en una vida insoportable. Su primera función consiste en imposibilitar toda conexión social del sujeto del gesto. Este queda progresivamente impedido para cualquier labor. Y es que probablemente el tic sea una forma de rechazo incosciente frente a ciertas exigencias y determinadas tareas. Al fin, tal vez la repetición compulsiva no constituya sino una forma de resistencia al sentido impuesto, al orden de la existencia. De un modo u otro, en todo caso su emergencia impone la desactivación del mito de la voluntad, la quiebra de la fe en una supuesta racionalidad que habría de guiar nuestros movimientos. Al fin, ya lo enseñaba Nietzsche, por encima de nuestra pequeña razón, domina la gran razón del cuerpo.

En definitiva, el tic deja a quien lo realiza --a quien lo sufre-- abandonado ante la soledad de una vida imposible: ante una realidad que permanece como resto, al margen de las ilusiones que sobre ella se izaran, sin sentido pero aún no absurda, pues que previa a cualquier atisbo de significado. Luego la vida era esto, parece decir el gesto compulsivo: dolorosa repetición sobre el vacío.

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Pablo Lópiz Cantó

Para una filosofía de la inmanencia