domingo, 4 de octubre de 2009

Literatura amorosa VIII

Recuerdo habérselo comentado a S/M poco tiempo después de que el libro saliera. No acababa de ver lo que se proponía. El amor me parecía entonces un afecto esencialmente reaccionario. La pulsión posesiva, los regímenes de dependencia mutua, el cuarto de estar como lugar de encierro, el empecinamiento idiota, los chantajes sentimentales y los contratos coercitivos se me presentaban como sus efectos más habituales. Sabemos de demasiadas muertes por amor, de asesinos enamorados que sólo saben de cuchillos y gasolina. Odié ese romanticismo vulgar que tiñe nuestras pantallas y nuestra época y promueve la absurda creencia de que la salvación acontece en relaciones de a dos. Odié el mito del andrógino original y todas las teorías platónicas.

Algunas investigaciones posteriores y ciertas experiencias concretas han cambiado levemente mi punto de vista. ¿Qué otro objeto puede tener la filosofía que la mutación de las perspectivas, que una apertura de devenires diversos, que la transformación de la posición subjetiva? No olvido ni por un instante los antiguos argumentos, pero sé que ahí reside lo único interesante, en modificar el sentido de las palabras, en observar lo que ya estaba y permanecía olvidado en el interior del concepto. Hoy sé que el amor se levanta siempre y necesariamente contra el amor. Que se ama contra el amor instituido, ya configurado. Que amar es producción de una nueva estructura relacional, de nuevas modalidades afectivas, de una sentimentalidad antes ignorada.

Amar en función de la norma no es amar, es adecuarse al confort de un mundo despiadado, encerrarse en una célula de aislamiento, voluntad encapsulada, derrota, retirada. Amar como se supone que se ama, según los cánones del buen comportamiento, es renunciar al amor, a lo poco o lo mucho que este pudiera tener de hermoso, de subversivo. No se ama sino odiando el amor, y sacando de ese odio las fuerzas de transformación que generarán otra vida, que aniquilarán de una vez por todas el estereotipo. Se trata siempre y sólo de desbaratar lo que ya es, de asomarse al abismo, de hacerlo crecer, de perseguir lo imposible, de hacer de las propia elección un cortocircuito en la continuidad de lo que uno siempre ya ha sido.

He creído con firmeza en las amistades sexualizadas. Recuerdo haberles dicho a S/M que eso del amor era utopía mercantil, el gran producto de la sociedad de consumo. Hoy, en cambio, no puedo sino transcribir las palabras, recoger su dictado, que sólo el afecto enamorado es desafío:

"El amor tenía antes que afirmarse contra lo prohibido y lo hacía mediante la transgresión. Es lo que Bataille preconizaba. Hoy, los límites han saltado gracias a una aparente liberación sexual. El amor no se confronta ya con la ley o la norma, sino con la ideología viscosa de la felicidad. / La felicidad que produce el amor gira siempre en torno a un centro de dolor. / Amar no hace feliz. Amar sólo nos llena de vida".
Cf. S. López Petit, Amar y pensar. El odio de querer vivir, Bellaterra, 2005

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Pablo Lópiz Cantó

Para una filosofía de la inmanencia