miércoles, 16 de julio de 2008

Irrupción de lo real

Tal vez desbarre, pero creo que no resulta descalabrado afirmar que, frente a la gesticulación, que tiene lugar una sola vez, que ha de permanecer única en cada ocasión, el gesto posee la rara virtud de repetirse. Incluso hasta la saciedad. El gesto puede retornar y retorna, igual a sí mismo. A condición, es cierto, de acaecer en instantes diferentes, en contextos alterados o sobre soportes diversos. En definitiva, desde esta perspectiva, el tic, no sería sustancialmente diferente de cualquier otro gesto. Salvo que su repetición se muestra compulsiva. Pero, precisamente por ello, se presenta como objeto privilegiado desde el que aproximarse a la escurridiza naturaleza de los propios gestos.

Así, pareciera que el gesto vuelve idéntico en el movimiento de su propio diferir. El que reaparece es el mismo porque es ya otro. El puño cerrado por encima de las cabezas, el grito que ordena soltar amarras, la mirada perdida: los gestos se repiten, y es precisamente esa su capacidad para repetirse lo que nos permite aprehender algo de su materialidad dispersa.

Aproximarse al gesto parece exigir, en primer lugar, el abandono de toda pretensión hermenéutica que trate de desvelar un sentido oculto tras el gesto, renunciar a un análisis que finalmente vendría a concedernos la profunda y oscura verdad que respira bajo esos fragmentos mínimos de corporalidad en movimiento. Porque la peculiar materialidad del gesto nos lo concede insignificante y superficial. Nada resta tras el gesto cuyo secreto prolifera en una repetición indefinida. El gesto no es síntoma de nada. Porque no hay un sujeto del gesto que pudiera dotarlo de sentido. El gesto es anterior a quien lo realiza. Es más, el gesto crea a quien lo realiza: define posiciones subjetivas en vez de reenviar a un Sujeto como al lugar de una síntesis o de una función unificante. Abre devenires.

El significado de los gestos es tan sólo un efecto de superficie, resultado de sus diversas combinatorias, de su contingente organización en series. Pero no hay un texto oculto que los gestos vendrían a traducir y a revelar secretamente. La monótona estructuración significante en que suelen aparecer integrados los gestos es exclusivamente consecuencia del conjunto de políticas de lo incorporal que acotan la exuberante pluralidad y reinscriben la excesiva dispersión en el seno de lo posible.

La particularidad de ciertos gestos vendría justamente de su capacidad para interferir en las series significantes, revocando, con ello, los límites de lo posible. Tales serían los gestos refractarios. Aquellos que impugnan la diferencia posible-imposible. Porque lo imposible no es exactamente lo contrario de lo posible. Antes bien, es la superficie a partir de la cual lo posible se recorta, el fondo de insignificancia desde el que el sentido se extrae. Así, los gesto refractarios suponen la actualización de esa dimensión anterior a todo significado, de esa instancia presubjetiva a partir de la cual se define lo que se puede o no se puede: son, en definitiva, una irrupción de lo real imposible, la impugnación del poder constituido.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Los gestos son todo un idioma, como el de los mudos y sordos, es el comienzo de nuestra inteligencia y una forma de expresión.

Me gusta tu forma de escribir, pásate por mi blog si tienes ganas.

Pablo Lópiz Cantó

Para una filosofía de la inmanencia