martes, 2 de junio de 2009

Cuerpo político

Quién no se ha sentido fascinado por esas imágenes de la década de los años cincuenta en que se observa a Pier Paolo Pasolini, con la gabardina húmeda, caminando sobre las calles de barro de la periferia romana, bajo un fondo de chabolas y miseria, junto a unos niños que sonríen ante la presencia extraña del intelectual fotografiado. En la mirada detenida de los hijos de ese lumpenproletariado que se había convertido en el nuevo poblador de la urbe, se expresa aún la afectividad de un mundo hermoso y castigado, de una raza en cuyo seno habita la promesa de la comunidad despojada. Acaso toda la obra de Pasolini no haya sido sino una impenitente insistencia en el compromiso con esa naturaleza humana que entreviera en los suburbios, con esa cultura plebeya que, en su lucha por la supervivencia, expresase un amor desesperado. Hay unos versos en su libro Poesía en forma de rosa que convocan a dicha plebe y que relumbran aún como una llamarada nocturna:

"Pero hay una raza que no acepta coartadas,/ una raza que en el instante en que ríe/ recuerda su propio llanto, y en el llanto su propia risa,/ una raza que no se exime un sólo día, una hora/ del deber de la presencia airada,/ de la contradicción por la que la vida no concede/ nunca adaptación alguna, una raza que hace/ de la propia bondad un arma que no perdona".

Desde la mala vida de los personajes de Accattone al joven que en Saló muere acribillado con el puño en alto, pasando por ese Cristo dulce en el corazón, pero nunca en la razón que emergiera en El Evangelio, la presencia de los sometidos, de los subproletarios expresa una afectividad intensa que deja entrever la pasoliniana pasión por esos cuerpos hermosos y marginales, por esas vidas miserables y, sin embargo, capaces de exaltar con orgullo ardiente su vitalidad, semejante acaso a la del marajá legendario que donase su propio cuerpo para salvar a los tigres hambrientos.

Gran parte de la atracción que produce la obra de Pasolini reside en la mitificación, en la percepción casi religiosa, de esa juventud que en su desnudez y en su pobreza, representa la exaltación de la más salvaje e inocente belleza, el punto de fuga hacia el que el deseo se escapa, la zona negra que despierta la llama en que habrá de calcinarse el mundo. ¿En qué otra cosa consiste Teorema? Pasolini ha descrito la lógica geométrica que, más allá de los corolarios, guía la película: "Una historia religiosa: un dios que llega a una familia burguesa: bello jóven, fascinate, con los ojos azules. Y ama a todos". La conclusión de las premisas es obvia: cuando el huésped se marcha, ya todos han sido transformados: la institución familiar y las costumbres burguesas habrán saltado por los aires de una vez y para siempre, los individuos habrán de arder en un estallido de dramatismo antes insospechado.

En Pasolini, Dios, el cuerpo joven, es necesariamente el escándalo: el fin de la conciencia tranquila. El cuerpo joven no habla, establece una relación de amor. El cuerpo es afectividad desatada, irrupción sorprendente, representación de lo incodificable, fuerza viva del pasado que revoca los proyectos y los contratos, que, insoportable en su abrasadora pobreza, abre una crisis que en sí misma ya es salvación: "Un cuerpo --dirá Pasolini al ser entrevistado-- siempre es revolucionario".

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Pablo Lópiz Cantó

Para una filosofía de la inmanencia