viernes, 30 de enero de 2009

Maquinaciones perversas



La guillotina, grado cero del suplicio, madre de la modernidad, no es simple producción en serie de cadáveres. Es, antes que nada, máquina imaginaria, mecanismo a través del cual se diese forma al terror. No se dirige específicamente al condenado, sino a la población que expectante trata infructuosamente de constatar la caída instantánea y, por ello mismo, invisible, de la cuchilla. Entendida como aparato quirúrgico, su corte busca eliminar los elementos gangrenados de la nación, y, en ello, curar las enfermedades que le afectan, alcanzar la salud. Ahora bien, no sólo secciona los cuerpos y destruye las vidas. Antes bien, su función consiste más esencialmente en generar todo un complejo ficcional a través del cual moldear las almas de los que habrán de permanecer. La guillotina, el imaginario que instituye, establece un reparto de la masa humana a través de su distribución en base a individualidades intercambiables, idénticas en tanto que igualmente enfrentadas a la posibilidad de su decapitación. En ese sentido, la máquina, no sólo aniquila, también inviste la carne, la rodea y le da forma para mejor gestionarla. Es, principalmente, procedimiento de sujeción, tecnología política mediante la que construir estructuras reguladas de subjetividad, existencias sumisas, almas dóciles. No sólo destruye. También produce y administra. La guillotina genera norma. Normaliza según un programa de desubjetivación y recomposición. Instaura, de una vez por todas, de la burguesía, la dominación.

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Pablo Lópiz Cantó

Para una filosofía de la inmanencia