domingo, 14 de junio de 2009

Devenir gato

Las películas de Walt Dinsney siempre están llenas de mierda, de retórica pedagogía burguesa o incluso aristocrática. En ese sentido, Los aristogatos no es diferente. La vieja ricachona llena de amor y bondad, el criado traidor y asesino. Incluso los gatitos, que quieren un padre, etc. Sin embargo, algo siempre se le escapa al censor. Cada vez que se trata de establecer una norma, brotan líneas de fuga. La música de los bajo fondos abre al instante de la transformación. Los ritmos dislocados, la trompeta y el contrabajo, dibujan un hábitat festivo en el que las obligaciones y el sueño desaparecen, los diferentes se unen para girar bajo luces multicolor. Frente a la antropomorfización de los animales, todo el mundo quiere devenir gato, dice, en su versión francesa, la canción.



El jazz es un continuo trazar líneas de fuga desde un compás de origen. Y ahí están los gatos arrabaleros, con su música tremenda y su contante improvisación, con su magnetismo sorprendente. Hasta el punto de que hay un devenir lumpen de Duquesa, la gata blanca. Por un momento está a punto de mandar a tomar por saco su vida anterior de animal de compañía y quedarse con el mal bicho de la poesía y de la vida salvaje. Bajo una luna redonda y luminosa, arrastrada por un erotismo escasamente velado, a punto está de decidirse por los suburbios. Pero el pasado pesa demasiado y la deuda afectiva con su ama humana la encadena con suficiente fuerza como para hacerle perder la oportunidad de emancipación. Con todo, en el fragor de la canción, al menos en su versión francesa (no así en la española ni en la inglesa original), la gata blanca ha tomado el arpa y ha comenzado a recitar la verdad luminosa:

Oui tout le monde veut devenir un cat/ J'aimerai plus de passion/ Plus de coeur et d'abandon/ Habillez de couleurs cette chanson/ Il n'y a qu'à jouer en d'autres clefs/ Moduler oh oui ça me plait/ Car j'adore faire certaines/ Petites variations/ Les autres chats vont s'assembler/ Dans la ruelle mal éclairée/ La grande nuit va commencer/ Nous les laisserons alors s'aimer.

(Sí, todo el mundo quiere devenir gato/ Desearía más pasión/ mas corazón y abandono/ Enfundar en colores esta canción/ No hay más que tocar en otras claves/ Modular, oh, eso me gusta/ Porque me encanta hacer ciertas/ pequeñas variaciones/ Los demás gatos van a unirse/ En la calleja mal iluminada/ La gran noche va a comenzar/ Les dejaremos entonces que se amen).

3 comentarios:

Anónimo dijo...

como siempre genial don pablo disculpa mi abondono y leidon todo y lo clavas!abrazos adolfo

Ocala dijo...

Sociedades gatunas donde solo se exijan cópulas sin compromiso. Guárdame un sitio...

Anónimo dijo...

Es interesante el tema de la posibilidades emancipadoras de la así llamada “industria cultural”. Concretamente en esta entrada se hace referencia al jazz y al cine. Respecto al jazz, contra lo que aquí se afirma, como sabes, Adorno pensaba que este género era una música de consumo (Gebrauchsmusik) orientada a la manipulación de subjetividades en la medida en que apuntaba a la diversión y el entretenimiento, cuyo efecto sería, por expresarlo en términos nietzscheanos, la afirmación entendida como “sí del asno” en tanto conformismo de mercado que se alarga en un cántico a la sociedad post-industrial tecnocratizada, presentada como el mejor de los mundos posibles. Precisamente en esta industria cultural es donde entiendo que el cine es de especial relevancia. Lo cierto es que tal como puede comprobarse en “Devenir gato”, la cultura incluso en el caso de que sirva a intereses de clase encubiertos en mayor o menor grado ofrece posibilidades emancipadoras o, en términos deleuzianos, líneas de fuga, que es el concepto que manejas aquí.
El caso es que ya sea a través de la escritura, la pintura, la música y el cine, el arte muestra a la filosofía el modo de abandonar la representación para terminar el pensamiento en tanto creación. Se trata, entonces, de la experimentación de las diferencias y trazado de las líneas de fuga versus hegemonía del significante y la subjetividad. En definitiva, pienso que en “Devenir gato” se trata de mostrar que el pensamiento artístico genera modos de existencia frente al malestar de la cultura (una la emancipación estético-artística), tesis con la que estoy de acuerdo.
Pero ¿Cómo consigue esto? En mi opinión, el principal mérito del cine reside en su capacidad para introducir nuevos lenguaje en la filosofía. El propio Deleuze ha reflexionado acerca del cine en textos que son de gran interés para esta cuestión. En concreto, entiendo que el cine es un medio específico, autónomo, que representa una nueva forma de pensamiento relativo a nosotros mismos y al mundo, que provoca estados alterados en el espectador. El cine como forma de descubrir el mundo, medio de conocimiento de una verdad común enterrada por el lenguaje verbal propio de la tradición filosófica.
Así, es preciso entender el cine como una nueva forma de creatividad estética que aúna arte y lenguaje y que se sirve de un acaudaladísimo espectro de recursos que trascienden el lenguaje mismo y nos transportan al fundamento anterior del aquél. El cine, en definitiva, como vehículo privilegiado para postular un tipo de pensamiento que aúna la materialidad de la imagen y el pensamiento racional, una suerte de avance metodológico de carácter logopático que representa un paso hacia delante en el camino del ser humano hacia el conocimiento tanto de sí mismo, como de la realidad y de aquello que sea la verdad. La lechuza, si aspira a volar alto, habrá de incluir al cine en el objeto de su contemplación, habrá de situarse delante de la pantalla del séptimo arte, donde su naturaleza, necesariamente, se verá delirantemente desbordada. De ahí el acierto de “Devenir gato”.

Pablo Lópiz Cantó

Para una filosofía de la inmanencia