sábado, 14 de febrero de 2009

La experiencia negativa

Insisto en la alucinada percepción que Imre Kertész me concede de mí mismo. No hace ahora más de un año, uno de esos escasos amigos que, en la distancia y a través de las épocas, permanecen, me recomendaba su lectura. La consideraba apropiada para la preparación de unos cursos que, sobre pensamiento judío, yo había de renovar escapando a los clichés académicos que se remiten en exclusiva a la edad media y olvidan la actualidad acuciante de una problemática la cual ninguno, aún, estamos en disposición de evitar. Ahora, tarde, ya impartidas las clases, entreveo algo de la emoción que acaso haya transido el cuerpo de mi amigo, húngaro como el propio Kertész, mas necesariamente extranjero a su propia patria, pues nacido, en parte, junto a mí en un espacio tan absurdo para cualquier europeo como resulta ser un ínfimo pueblo pegado al lago Ontario, a demasiadas horas de la ciudad Nueva York.

Ahora, insisto en la lectura recomendada. Y descubro algo de mí mismo que acaso no hubiera sido capaz de enunciar sin ella, pero que, de algún modo, siento siempre estuvo ahí, acompañándome, desbrozando la senda que había de guiar mis pasos. Descubro la vía a través de la cual hacer un elogio de mi patria, esa cuyo nombre soy aún incapaz de escribir o, sin sorna, pronunciar. Me dispongo a elogiar lo que he recibido de mi país. Como Kertész, aunque, sin duda, de modo distinto, he recibido como deuda impagable de él la experiencia negativa. Existe un país en el que nací y en cuya lengua hablo, leo y escribo, pero nunca ha sido mío, y lo he sentido más que como un hogar como una cárcel, caldo de cultivo del conformismo cerril, de las pasiones perversas, lugar despojado de toda gracia o inteligencia, herencia inmaculada del fascismo y la clerigalla.

No es que considerase que había otros países mejores. Pronto aprendí que no existía salida, ningún reino en el que descubrir la hierba mojada rozando el tórax desnudo y la libertad en la brisa suave o la caricia. De mi patria aprendí todo, lo esencial. Que es bueno ser extranjero. Que no hay inteligencia sino en el exilio. Que es necesario devenir enemigo interior. Se trata, al fin, de ser minoría y, como Kertész, definiría esta situación minoritaria, no en función de parámetros raciales, ni étnicos, ni religiosos, ni aún siquiera lingüísticos, sino en base a esa experiencia negativa, una experiencia negativa que conduce a la liberación. El húngaro lo ha escrito con mucha más precisión de cuanto lo pueda hacer yo: "Vivir con un sentimiento de desamparo: hoy en día, es probablemente el estado moral en que, resistiendo, podemos ser fieles a nuestra época".
Cf. I. Kertész, "Patria, hogar, país", en Un instante de silencio en el paredón.

1 comentario:

Anónimo dijo...

genial sencillamente genial, pablo!!adolfo.

Pablo Lópiz Cantó

Para una filosofía de la inmanencia